Acción - Retórica. Un ensayo sobre tres dimensiones de la argumentación - Libros y Revistas - VLEX 275055715

Acción

AutorRodrigo Valenzuela Cori
Páginas15-48
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1. ACCIÓN
HACER UNA DIFERENCIA
Quisiéramos hacer una diferencia. En lo que nos importa y com-
promete, quisiéramos intervenir el curso de los acontecimientos.
Quisiéramos que, ante una situación compleja, la familia efecti-
vamente tome el curso de acción que estamos convencidos es el
mejor; o que se apliquen en la empresa las políticas y procesos
que estamos seguros mejorarán el desempeño o bienestar de la
gente; o que se asocien con nosotros las personas que necesitamos
para sacar adelante un nuevo emprendimiento; o que se presente
en la ciudad la obra de teatro que estimamos tan valioso que sea
exhibida. Quisiéramos que nuestras ideas y valores rindan frutos
en el mundo. Tenemos conciencia, junto a Fausto, que no hay
más comienzo que la obra.
Este ensayo es sobre la acción. Sobre hacer una diferencia.
Pero nadie hace una diferencia solo. La acción que hace una
diferencia que nos importe es siempre colectiva. Y, como veremos,
el pensamiento que la inspira también. Hacer una diferencia re-
quiere el apoyo de otros. El apoyo de miembros de la familia que
tal vez vean las cosas de manera distinta; el apoyo de jefes, pares
o subalternos que pudieran vetar, no interesarse o incumplir las
políticas y procesos propuestos; el apoyo de personas que quizá
no quieran arriesgar tiempo o dinero en el emprendimiento que
proponemos; el apoyo de instituciones de financiamiento que
pudieran preferir destinar sus escasos recursos a una actividad
cultural diferente. ¿Cuántas veces en la historia y en la vida no
hemos visto a una persona supuestamente visionaria quejarse de
la ‘mediocridad’ o ‘mala intención’ de los otros cuya incompren-
sión, pasividad o resistencia impidió seguir el ‘gran camino’ que
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ella visualizaba? Pero si ese visionario se mirara al espejo, ¿podría
realmente decir que veía lo que requería ser visto si, en el hecho,
no logró que las cosas ocurrieran? ¿Veía yo acaso la solución para
el desperfecto de mi auto si, después de mis esfuerzos, el auto
igual no caminó? ¿Veía el ejecutivo la solución para la empresa si
al aplicar lo definido en su planilla de cálculo generó renuncias
masivas, desánimo de quienes se quedaron, alienación de sus
pares y retiro del apoyo de sus jefes?
Este ensayo es sobre cómo se producen el pensamiento y
acción colectivos que hacen una diferencia.
Pero no entendamos mal. Este no es un manual de negocia-
ción, o de presentaciones efectivas, o de liderazgo, o de cultura
de equipo, o recetario alguno de aquellos que hoy son grito y
plata porque ofrecen llenar de parches un vacío, una pobreza
de espíritu que es real. Desde hace más de dos mil años se sabe
que no hay recetario que sirva. Este no es un libro sobre persua-
sión, sino sobre civilización. No hay recetario que pueda sustituir
la creativa efectividad del civilizado o, desde otra raíz lingüística,
del politizado. La conducción de la civitas o de la polis, digamos la
politica, es el hilo conductor de las ideas que aquí vamos a desa-
rrollar. O mejor dicho, que aquí vamos a recordar.
Porque nada nuevo hay bajo este sol. Durante la segunda
mitad del siglo quinto antes de Cristo, lapso que cubre tanto la
grandeza como la caída de Atenas, un puñado de hombres dijo,
en lo fundamental, todo lo que necesitaba decirse sobre la con-
ducción en libertad de la acción colectiva. Marcaron la cultura
helénica en su momento más brillante. Su pasión fue la ciudad,
en cuanto expresión del poder colectivo del hombre. Lo expresa
con orgullo Isócrates:
“… a tal punto nuestra ciudad ha sobrepasado al resto de
la humanidad en sabiduría, que ella ha hecho del nombre de
los helenos ya no el nombre de unas gentes sino de una inteli-
gencia… y son llamados griegos más bien quienes comparten
nuestra cultura que quienes comparten nuestra sangre”.1
Esa fue una cultura de excelencia política, buen juicio y
prudencia que, para escándalo de una tradición aristocrática,
1 Panegírico, 50.
1. ACCIÓN
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estos hombres aducían ser enseñable a cualquiera. Más audaz
aún, sostenían que esa cultura tenía sus raíces en el arte de la
oratoria. Alegación ésta tan sorprendente en ese entonces como
lo es en nuestros tiempos actuales de idolatría del fundamento,
la certeza y la tecnología. ¿Cómo puede una cultura basarse en
la oratoria? ¿Cómo puede una cultura provenir de lo que vemos
como conjunto a menudo mañoso y en todo caso accesorio de
astucias decorativas para empaquetar o presentar contenidos que,
éstos sí, debieran constituir la base de una cultura?
A esa incredulidad –común en nuestros tiempos saturados
de teoría y técnica– se agrega hoy el debilitamiento de la cultura
de ciudad, esto es, de la cultura cívica o política, desperfilada si
no perdida por causa de la privatización de la vida. Me refiero a
la ilusión de que somos individuos desligados de otros, autóno-
mos en nuestro entendimiento de las cosas y en nuestra acción
sobre ellas. No puedo desconocer que, a sangre y fuego durante
la historia, ha sido ganado un espacio de autonomía individual
antes impensable y que valoramos enormemente. Pero otra cosa
es que, sobre esa base que es real, se levante el espejismo de que
podemos alejarnos solitarios a una alta cima por arriba de la mu-
chedumbre apasionada e ignorante, desde donde ver directamente
la verdad y corregir los errores de los otros. Es una ilusión que
ha empobrecido nuestra capacidad para pensar con efectividad
en términos de cultura compartida y destinos comunes. Vale de-
cir, es una ilusión que ha empobrecido nuestra capacidad para
pensar, punto. Porque no hay otra manera de pensar que no sea
en términos de cultura compartida y destinos comunes. Por eso
es importante recordar la base política de nuestro pensamiento
y de nuestra acción. Es la base de nuestra efectividad, tanto en
el ámbito público como en el ámbito privado, porque la ciudad
pertinente en un momento dado para la acción de cada uno de
nosotros puede ser el país, la familia, la empresa y nada cambia: el
pensamiento y la acción son siempre emprendimientos sociales,
no individuales.
Este ensayo busca rememorar la excelencia de una cultura
política, de buen juicio y prudencia, basada en la oratoria. ¿Es,
entonces, un ensayo sobre retórica? Lo es. Nada de lo que dire-
mos habría sorprendido hace dos mil años a Protágoras, Gorgias,
Isócrates, Cicerón, Quintiliano, entre tantos otros, quienes lo

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