El caso de Walther Rauff - Grandes procesos. Mis alegatos - Libros y Revistas - VLEX 370608170

El caso de Walther Rauff

AutorEduardo Novoa Monreal
Páginas55-89
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Una de las más siniestras determinaciones de Adolfo Hitler –conce-
bida desde antes de la invasión de Rusia– fue la que él denominó “La
solución final”. Ella consistió en el exterminio masivo de los judíos
que habitaban en los extensos territorios dominados por el Tercer
Reich y costó la vida a varios millones de seres humanos inocentes. La
realización de esta “solución final” la confió el Führer a las temidas SS
(Schutzstaffeln) o Tropas de Seguridad, calificándola como un “asunto
secreto de Estado”.
La Oficina Central de Seguridad del Reich (SD) era una compleja
organización a cargo del general Heydrich, constituida por seis depar-
tamentos, cada uno a cargo de un general, según el orden siguiente:
I. Personal, II. Administración Técnica, III. Informaciones del interior,
IV. Policía Secreta del Estado (Gestapo), V. Policía Criminal y VI. Infor-
maciones del Exterior. En lo que interesa, el Departamento II estaba
subdividido asimismo en seis grupos, el cuarto de los cuales (Grupo
II D) estaba al mando del Jefe de Estandarte SS Julius Walther Rauff
(rango equivalente en el Ejército a Teniente Coronel). El grupo II D
constaba de varias secciones: encargadas de telecomunicaciones, de
teletipos, de transporte, de armas ligeras, de aviación policial, etc.,
para la realización de las operaciones de seguridad.
La matanza de judíos comenzó mediante fusilamientos en masa;
pero en atención a que esos, según lo expresa el subordinado de Rauff
(encargado de la Sección 3 B del Grupo II D) Dr. A. Becker, producían
serias perturbaciones en la tropa encargada de ejecutarlos, en razón
de la imposibilidad de soportar a la larga los impactos psicológicos y
morales de tales fusilamientos (al punto que algún personal terminó
en manicomios), se hizo evidente que “era necesario encontrar una
manera nueva y mejor de matar”. Como solución a esta necesidad
Walther Rauff aplicó una “técnica” de asfixia colectiva de ellos, me-
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EL CASO DE WALTHER RAUFF
La impunidad de un nazi
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diante la inhalación de monóxido de carbono expelido por motores de
combustión interna. El Dr. Becker (Doctor en Filosofía) quedó a cargo
de preparar los camiones llamados “especiales”, capaces de matar una
cincuentena de judíos simultáneamente por cada operación. La tarea
empezó a cumplirse probablemente desde comienzos de 1941.
Según las declaraciones judiciales de otros participantes o testigos,
estos camiones de la muerte eran vehículos principalmente de marca
Saurer, cerrados en forma de cajón, semejantes a esos camiones ce-
rrados que se emplean para el transporte de muebles. Admitían una
carga de seis toneladas y su carrocería en la parte de la carga tenía 5
o 6 metros de largo, careciendo de toda ventana o comunicación con
el exterior. En su extremo posterior había una amplia puerta de dos
hojas. Las paredes interiores eran totalmente lisas. Para su utilización
se les llevaba a los patios donde se había reunido a un gran número de
detenidos judíos, hombres y mujeres, incluso niños y ancianos, a los
cuales se había obligado a desnudarse. Estos eran forzados a entrar al
interior del camión por medio de una rampla de acceso, en el mayor
número posible, engañándoles con que iban a ser llevados a estable-
cimientos de baño y de desinfección. Un comando de 20 SS armados
era el encargado de hacerlos obedecer.
Cerrada la puerta trasera, el camión partía hacia lugares donde se
habían abierto grandes fosas, cavadas por otros judíos. En el camino
se producía la muerte de los transportados de una manera horrible,
pues a poco andar comenzaba la asfixia de los encerrados, con la an-
gustia y los gritos consiguientes, a lo cual deben añadirse sus vómitos y
deyecciones provocadas por el relajamiento de sus esfínteres. Al abrir
las puertas junto a las fosas, las decenas de cadáveres eran lanzadas a
estas por otro grupo de judíos encargados de echarles algunas paladas
de tierra. Terminada la faena y antes de retirarse, el comando daba
muerte a los judíos enterradores mediante tiros en la nuca.
En el bloque del motor de estos camiones, en el punto donde se
inserta el tubo de escape, se montaba una desviación a la que se co-
nectaba un tubo flexible de unos quince centímetros de diámetro y
un metro de largo. El otro extremo de este tubo tenía un dispositivo
especial que permitía atornillarlo a un conducto de igual diámetro
situado en la esquina izquierda inferior del compartimiento de carga
del vehículo. Un aparato especial permitía al chofer desviar los gases
del motor hacia el interior de la gran caja posterior del camión. El
gas fluía entonces desde el motor hacia el interior de la caja por el
tubo agregado y se repartía uniformemente dentro de esta por medio
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de una red de tubos perforados instalados dentro de la caja. Al cabo
de pocos minutos de afluencia de gas al interior de la caja, todos los
judíos apretujados dentro de esta habían muerto.
Este mecanismo letal tenía sus inconvenientes. Había ocurrido
que la presión de los gases, sumada a la agitación desesperada de los
judíos destinados a morir, había reventado la caja de carga. Además,
la suciedad que quedaba en esa caja debido a los detritus provocados
por la agonía de tanta gente corroía el tubo de gases y otras piezas. A
lo anterior podría sumarse el shock y el rechazo psíquico de los encar-
gados de sacar los cadáveres del camión para lanzarlos a lo fosa.
La Sección II D, a cargo de W. Rauff, que era la responsable del
correcto funcionamiento de los “camiones especiales” (según nom-
bre que se les daba en los documentos oficiales), tuvo que ocuparse
también de resolver estas dificultades. Para ello Rauff ideó algunos
“perfeccionamientos” destinados a que cumplieran su cometido con la
mayor eficacia. Los principales de ellos fueron agregar un mecanismo
de volquete hidráulico e instalar sobre el piso del cajón de carga una
parrilla o rejilla metálica móvil, que se desplazaba mediante pequeñas
ruedas. Esto permitía vaciar la “carga” casi sin intervención humana,
originando que el conjunto de los cadáveres cayeran a la fosa como
un bloque sólido, debido a lo comprimidos que quedaban dentro de
la caja. Después esa parrilla fue “mejorada” al ser dividida en varias
secciones transversales articuladas que permitían hacer la descarga
por partes y distribuir mejor los restos dentro de la fosa. Para evitar
reacciones de terror de parte de las víctimas y ocultar también a los
lugareños la índole de estos vehículos, los camiones fueron pintados
por fuera como una alegre casita campesina al estilo de las más agra-
dables de la zona. También se dispuso que la tropa encargada de las
operaciones fuera rotada en su desempeño.
Hay notas escritas en las que se consideran y discuten todas estas
medidas de mejoramiento técnico del mecanismo letal; algunas veces
para “que haya un fácil deslizamiento de la carga” al vaciar esta, otras
reprobando el que se disminuya el número de “piezas” que suben a los
camiones, porque mientras menos espacios libres haya en el interior,
más rápida es la acción del monóxido de carbono y más se acorta la
duración del “trabajo”. Y no falta la orden de colocar desagües en el
piso, por lo que puedan vaciarse los derrames de las víctimas, debien-
do colocarles rejillas que impidan el atrancamiento con “suciedades”
gruesas. Se censura asimismo un proyecto de eliminar lámparas in-
ternas de iluminación, en razón de que al cerrar las puertas después

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