Algunas reflexiones para analizar la gubernamentalidad neoliberal y a quienes la impugnan - Núm. 5-1, Enero 2014 - Revista Chilena de Derecho y Ciencia Política - Libros y Revistas - VLEX 515757294

Algunas reflexiones para analizar la gubernamentalidad neoliberal y a quienes la impugnan

AutorPatricia Collado Mazzeo
CargoConicet-Incihuasa, Mendoza, Argentina
Páginas83-107

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A modo de introducción

Muchos de los que intentamos analizar la sociedad contemporánea, sobre todo desde Nuestra América, nos preguntamos qué novedad porta el neoliberalismo como forma gubernamental. O, a contrapelo, no nos resignamos cuando entre las transformaciones societales que vivenciamos, todo parece decantar en los cambios que suscita la gestión neoliberal.

Por ello nuestro interés es refiexionar sobre las formas de ejercicio del poder que se juegan a partir de la configuración social que impone la dominación neoliberal y las resistencias y confiictos que la misma genera. Desde nuestra

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perspectiva dicha mutación se sustancia en dos pilares: las transformaciones que asume la acumulación del capital en su actual fase y con ella, la necesidad renovada de ejercer el poder sobre los cuerpos, los territorios y las poblaciones.

En este anudamiento, aquello que se presenta como radicalmente novedoso es, para nosotros la tensión que comporta (en la actual fase del capitalismo mundializado), poner como centro de disputa a la vida. Vida en tanto sólo reaseguro de la especie, al límite de lo humanamente soportable y la vida digna de ser vivida, según lo considere cada comunidad, cada población en sus formaciones sociales de pertenencia.

Para elucidar esto partimos de la comprensión del poder, de cómo éste se ejerce en la actualidad y los confiictos que emanan de su disposición, poniendo en diálogo algunas refiexiones teóricas con los procesos sociales que cruzan y marcan a nuestra región y a los sujetos que la habitan.

Desde dónde comenzar

Cada investigador sigue las pistas que se propone indagar desde una perspectiva singular. Michael Foucault lanzó su guante al proponer (en el recorrido de su trayecto investigativo resumido en los últimos cursos publicados, que fueron dictados por él en el Collège de France), la/s pregunta/s de investigación que guiaron sus planteos4. Estas denotaban el interés de escudriñar la relación compleja entre economía y poder que circula en varias bandas, a saber: si el poder está siempre al servicio de la economía; si su forma adquiere unívocamente la fisonomía de la mercancía; si el poder no se coloca en parte alguna sino que circula; si no se posee y por tanto, no puede ser enajenado; si se trata de un poder encarnado, es decir, que es parte de la corporalidad humana y en su materialidad encuentra sustento y manifestación.

Así su interrogante asumió la siguiente expresión:

Las relaciones de poder están profundamente imbricadas en y con las relaciones económicas, aunque las relaciones de poder siempre constituyan, efectivamente, una especie de haz o de rizo con las relaciones econó-

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micas [...] En cuyo caso, la indisociabilidad de la economía y lo político no sería del orden de la subordinación funcional y tampoco del isomorfismo formal, sino de otro orden que, precisamente, hay que poner de manifiesto5.

No es mi intensión polemizar o criticar en ningún sentido al gran filósofo sino a consciencia, servirme de sus claves analíticas para plantear mi propia contienda y cavilaciones, pretendiendo fortalecer algunos de los argumentos que esgrimo haciendo uso de esta otra investigación al servicio de otros fines.

En primer lugar sirve a mis fines constatar una genealogía del poder que ratifica la historicidad del mismo, es decir que el poder no se ejerce/ejerció en todo tiempo y espacio social del mismo modo, sosteniendo aquí con nuestro autor, que el poder no se da ni se intercambia, ni se retoma, sino que se ejerce y sólo existe en acto6.

El poder es potestad de los cuerpos ubicados y expuestos en determinadas posiciones sociales, marcados por una temporalidad y espacialidad, configuradas en cada y por cada formación social concreta. Las características en las que el poder se ejerce sobre los cuerpos o es ejercido por ellos no se da, entonces, en

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un vacío social7. Y a renglón seguido, está atravesado por las necesidades de un cuerpo cuya virtud es la vida misma, un cuerpo vital y energético, de necesidades múltiples que no se resignan al sostenimiento material de su sobrevivencia en tanto sólo limitado a ella lo relegaría a ‘vida nuda’8.

Cuerpos socialmente ubicados y materialmente limitados por la propia sobrevivencia conformando ésta sin embargo, su piso último: la línea delgada entre la humanidad y sólo la vida, que diferencia la existencia singular de cada ser humano respecto de otros seres vivientes.

Bien, en ese contexto, el poder se ejerce en nuestras sociedades (bajo la impronta que emana del capitalismo en su actual fase) de un modo singular, bajo una estrategia y con unas tácticas especiales, específicas9. El problema es inscripto así por Foucault:

Si el poder es en sí mismo puesta en juego y despliegue de una relación de fuerza, en vez de analizarlo en términos de cesión, contrato, enajenación, en vez de analizarlo incluso, en términos funcionales de prórroga de las relaciones de producción ¿no hay que analizarlo en primer lugar y, ante todo, en términos de combate, enfrentamiento o guerra10Coincidimos con la propuesta, en tanto el poder se muestra como guerra en la cual siempre hay bandos en disputa (para nosotros clases sociales, clases reales no previstas ni solidificadas en su ahistoricidad, clases que, en cambio, se conforman en la experiencia de luchas y resistencias en torno a determinados bienes que están en disputa, a la manera que lo concibe E. P. Thompson11.

Estas ‘clases’ y sus ‘luchas’ se expresan en una guerra histórica singular como punto de partida y al final, se manifiestan en la derrota de uno de los bandos,

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lo cual permite su prosecución bajo la característica de ‘guerra por otros medios’12.

Para el francés:

El papel del poder político sería reinscribir perpetuamente esa relación de fuerza, por medio de una especie de guerra silenciosa, y reinscribirla en las instituciones, en las desigualdades económicas, en el lenguaje, hasta en los cuerpos de unos y otros.... Y habría que descifrarlo como episodios, fragmentaciones, desplazamientos de la guerra misma13.

Entonces yo inscribirá la gubernamentalidad neoliberal (tal como se presenta hoy) como proceso de guerra que se dispuso en confrontación abierta entre trabajo/dores y capital/es, expuesta en las huelgas de masas que caracterizaron los prolegómenos y la posterior crisis durante los años sesenta y setenta14.

Guerra que se saldó, siguiendo a nuestro autor, en una derrota que encauzó la belicosidad del capital por otros medios, bajo una nueva institucionalidad, con otra forma de productividad de los cuerpos, en otros lenguajes y bajo nuevas producciones culturales.

A contramano de los planteos de Negri y Hardt, dicha guerra no fue corolario lineal de la insurgencia de los trabajadores (fruto y consecuencia de la creatividad de los mismos, cuyo cierre se debió a la propuesta de mayor enriquecimiento en las tareas y autonomización de los explotados), sino expresión de una lucha constante por el dominio sobre el proceso de trabajo, de la disputa entre diferentes fracciones del capital por la obtención de mayores márgenes de ganancias, confiicto también, por la mayor extorsión de las capacidades productivas humanas y la colonización de nuevas actividades mercantilizables15. La argumentación de Negri y Hardt acerca de la crisis del capitalismo deviene de la embestida de los trabajadores contra las disciplinas laborales, visión sugestiva pero incompleta y sesgada, que evade el análisis sobre la caída

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de la tasa de ganancia por la misma devaluación del capital, su estancamiento en términos del desarrollo de las fuerzas productivas (cuyo despliegue se concretó recién en la década de los ’80), la necesidad de reforma de la propia organización del trabajo por la voluptuosidad adquirida en su burocratización (relación entre trabajo productivo e improductivo dentro de las empresas) y la crisis energética que impulsó el industrialismo. Pero es más, centralmente rehúsa la mirada sobre las disputas de poder y dominio entre los mismos capitales, que llevó a la concentración, centralización entre fracciones opuestas del capital. Para nosotros, el capital avanza no sólo movido por la originalidad de la revuelta obrera sino por su apetencia de ganancias, que enfrenta a los capitales entre sí y que como resultado deviene en ‘reconversión productiva’, centralización y concentración de la producción16. Tal como Marx dice:

La competencia impone a cada capitalista individual, como leyes coercitivas externas, las leyes inmanentes del modo de producción capitalista. Lo constriñe a expandir continuamente su capital para conservarlo, y no es posible expandirlo sino por medio de la acumulación progresiva17.

Esta fue sin duda una guerra ‘productiva’, en tanto impuso una nueva forma de dominación, un modo particular e histórico de ejercer el poder sobre los cuerpos y trascenderlos en instituciones, al amparo de una nueva juridicidad y sostenida en novedosas producciones de saber y veridicción18. Poder que lleva el signo de la biopolítica a una expresión más alta y acabada que la prevista por el mismo Foucault:

Yo entendía por ello la manera como se ha procurado, desde el siglo XVIII, racionalizar los problemas planteados a la práctica gubernamental por los problemas propios de un conjunto de seres vivos constituidos como población: salud, higiene, natalidad, longevidad, razas19.

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El decurso de la práctica gubernamental sobre la población, para nosotros, debe articularse (contrariando al autor), con la ‘funcionalidad’ de la misma en términos de las necesidades del capital. Una biopolítica que necesitaba en sus prolegómenos, de una vasta cantidad de brazos productivos, en pleno indus-trialismo, consumo de masas y salarización de la fuerza de...

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