Presentación del libro Metáforas de perversidad. Percepción y representación de lo femenino en el ámbito literario y artístico, de los editores Ángeles Mateo del Pino y Gregorio Rodríguez Herrera: de ángeles del hogar a "parásitos": atracción fatal una iconografía literaria de la vampira. - Núm. 36, Marzo 2006 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56845720

Presentación del libro Metáforas de perversidad. Percepción y representación de lo femenino en el ámbito literario y artístico, de los editores Ángeles Mateo del Pino y Gregorio Rodríguez Herrera: de ángeles del hogar a "parásitos": atracción fatal una iconografía literaria de la vampira.

Autordel Pino,
CargoExtracto

La existencia anfibia del vampiro se sustenta con un sueño diariamente renovado en su tumba. Su horrendo apetito de sangre viva le aporta el vigor de su existencia despierta. El vampiro es propenso a verse fascinado, con acaparadora vehemencia parecida a la pasión del amor, por determinadas personas, persiguiendo a éstas, ejerce una paciencia y una astucia inagotables, ya que el acceso a una persona en particular puede verse obstaculizado de mil maneras. Jamás desistirá hasta haber saciado su pasión y succionado la vida misma de su codiciada victima. Pero, en esos casos, economizará y prolongará sus disfrute asesino con un refinamiento epicúreo, realzado por las aproximaciones graduales de un complicado galanteo. En estos casos, parece como si anhelara algo así como simpatía y consentimiento, en los casos ordinarios va directo a su objeto, lo vence por la fuerza, y, a menudo, lo estrangula y aniquila en el curso de un solo festín.

Joseph Sheridan Le Fanu, Carmilla (1871)

Vampiras, vampiresas y vamps

No podemos negar, a esta altura del siglo XXI, que la vampira sigue gozando de excelente salud. Una salud que la mantiene, sangre mediante, transitando de la vida a la muerte por los siglos de los siglos. Pero esta "eternidad" de la vampira no sería posible si ella no hubiese tenido la capacidad de amoldarse a los nuevos tiempos o, tal vez, sería más correcto decir que cada tiempo ha configurado una otra vampira. De esta manera, la época actual, entiéndase la cultura postmoderna, "demanda" una vampira que en actitudes, comportamientos y estética difiere, aunque no en lo esencial, de aquellas otras imágenes clásicas de monstruos femeninos -Estriges, Lamias, Empusas ... - con los que, sin duda, se encuentra emparentada. Sin embargo, pese a las diferencias, en esas "bellas atroces" -como las denomina Erika Bornay (2001 : 257)- hallamos el germen, embrión o prefiguración de la vampira moderna. Una vez que el componente vampírico adopta la identidad femenina, en ella se encarnarán los miedos y temores de una cultura que percibe a la mujer como un ser empeñado en dominar, succionar y devorar al hombre. Así, convertida en mito y leyenda o emblema y parodia de la perversidad, comienza a hacerse presente en la literatura y en las artes, primero tímidamente, a mediados del siglo XVIII, para luego desplegar sus verdaderas armas de poder y seducción durante casi todo el siglo XIX. Esta femme fatale, peligrosa y demoníaca, en la que se conjuga Eros y Thanatos, deviene entonces vampiresa -paradigma del mal y del pecado-, forma y expresión de la misoginia y la sexofobia que imperan a fines del siglo XIX (Bornay, 2001: 31-52; Dijkstra, 1994: vil-xi). Por ello no es de extrañar el uso y abuso de una imaginería visual y literaria cuyo motivo principal es el de "mostrar" las (más)caras que pueden asumir estas femmes fatales [1]. Más tarde, ya entrado el siglo XX, aunque la estética vanguardista seguirá haciéndose eco de una actitud misógina y, por lo tanto, la mujer continuará siendo re-presentada como enigma y fatalidad, será el cine el que aprovechará la iconografía vampírica para crear un nuevo modelo de perfidia y maldad femenina: la vamp (Belluscio, 1996; Paglia, 2001). En los últimos años, bien a través de la televisión -films, series, dibujos animados ... - o el cine, el cómic, la música y, sobre todo, la publicidad se nos ofrece una vampira que, sin romper del todo con los lazos del pasado, se mueve con total soltura entre las tinieblas del siglo XXI.

Con todo, y siendo conscientes de los múltiples rostros y ropajes con los que se ha investido a la vampira, ya sea desde la pintura, las artes decorativas o los tratados seudocientíficos, nos centraremos en analizar la construcción y re-construcción que de ella se hace desde la esfera de lo literario. Por este motivo, planteamos un recorrido que nos llevará desde la Antigüedad clásica hasta fines del siglo XIX. Esto nos permitirá comprobar cómo se gesta el mito de la vampira en épocas anteriores al surgimiento del que, sin duda, resulta ser el vampiro más conocido de la historia, el Drácula (1897) de Bram Stoker (Stoker, 1997).

Prefiguraciones de la vampira: criaturas sangrientas

Las primeras referencias de las que tenemos constancias las encontramos en la tradición clásica. De esta manera, la cultura grecolatina nos proporciona una serie de entes femeninos infernales que se caracterizan por sus ataques sangrientos. Así, emparentadas con las Harpías o Arpías, seres fabulosos con cuerpo de ave, cabeza de mujer y garras afiladas, raptoras de niños y de almas, de las que nos hablan, entre otros, Homero, Petronio y Apuleyo [2], hallamos a las Estriges o Striges. Tanto Ovidio [3] como Petronio [4] nos describen a las Estriges como demonios alados con garras de rapaces que se alimentan con la sangre y las entrañas de los recién nacidos. Por este comportamiento "vampírico" se las denomina también Nocturnas. De igual modo, al mismo linaje maléfico pertenecen las Lamias [5], criaturas con rostros de mujer y cuerpo de dragón, quienes, según algunas leyendas, raptan a los infantes para beberles la sangre y devorarlos.

Ahora bien, de todos estos seres sangrientos cabe destacar particularmente la figura de la Empusa, monstruo que se decía que había nacido de la diosa Hécate [6], comía carne humana y asustaba en especial a los durmientes y a los caminantes, a quienes se les aparecía para seducirlos bajo la forma de una hermosa muchacha. Una vez que se unía a ellos, les succionaba la sangre hasta dejarlos sin vida.

Al parecer, esta leyenda de la Empusa fue llevada a Grecia desde Palestina, donde se la consideraba hija de Lilith: una diablesa posiblemente de origen asirio-babilónico que pasó a tener una posición relevante en la demonología hebraica. Según otra versión Lilith fue la primera pareja de Adán, una esposa que precedió a Eva, pero que, a diferencia de ésta, Dios no formó de la costilla del primer hombre, sino de inmundicia y sedimento. La relación no funcionó porque Lilith, no queriendo renunciar a su igualdad, polemizaba con su compañero sobre el modo y la forma de realizar su unión carnal. Por ello huyó del Edén para siempre y se fue a vivir a la región del aire donde se unió al mayor de los demonios y engendró con él toda una estirpe de diablos, por lo que, en el Zohar -obra principal de la Cábala-, se la caracteriza como la mujer de Satanás. Originariamente Lilith se concibe como la reina de la noche, madre y princesa de incubos y súcubos [7], que habita en las ruinas del desierto acompañada de chacales; seductora y devoradora de hombres, a quienes ataca cuando están dormidos y solos, para luego chuparles la sangre. La tradición cabalística señala, además, que Jehová le encargó cuidar a los recién nacidos, pero en venganza ésta se propuso asesinarlos, por lo cual se convirtió en un espíritu maligno que arremetía contra parturientas y neonatos. Se representa como una figura femenina alada de larga cabellera o con el cuerpo desnudo que termina en forma de cola de serpiente (Bornay, 2001:25-30; Ibarlucía- Castelló-Joubert, 2002:16 y 430).

Por otro lado, si revisamos el imaginario árabe antiguo hallamos la existencia de la Ghula, una criatura que puede adoptar diferentes formas, vive en lugares inhóspitos, se alimenta de cadáveres, y sorprende a los viajeros a quienes desvía de su camino para luego matarlos y engullirlos. En el lenguaje popular con el nombre de Ghula se designa al demonio que se come a los niños desobedientes y también a una especie de vampiro que cava de noche las tumbas para comerse los cuerpos, de ahí que el término se aplique, de manera general, a cualquier clase de caníbal (MacDonald, 1999: II, 1078; Lane, 1993: 230).

Uno de los primeros autores en aludir a la Empusa es Aristófanes quien, en Las ranas, la presenta como una fiera que cambia continuamente de forma -un buey, una mula, una preciosa mujer, un perro-, con un rostro en llamas, una pata de bronce y la otra de excrementos (Aristófanes, 1979: 270). De igual modo, en La asamblea de las mujeres, vuelve a referirse a ella para, en este caso, comparar a una vieja que acosa sexualmente a un joven con "una empusa toda ulcerada con sangre purulenta" (Aristófanes, 1979:315).

Ahora bien, será Flavio Filóstrato quien, en Vida de Apolonio de Tiana 2.4, nos ofrezca la mejor expresión de este espectro infernal. Así conoceremos lo que le aconteció al mago y taumaturgo Apolonio al enfrentarse por primera vez con este ser:

Una vez que pasaron el Cáucaso, afirman que vieron hombres de cuatro codos que eran ya negros, y otros de cinco codos, cuando pasaron el río Indo. En el camino hasta este río encontraron digno de referencia lo siguiente: Caminaban efectivamente bajo una luna brillante y se les presentó la aparición de una empusa, que se vuelve ya una cosa, ya otra, y que desaparece. Apolonio advirtió lo que era, así que se puso a insultar a la empusa él mismo y encargó a los que iban con él que hicieran lo mismo, pues este es el remedio contra tal irrupción. La aparición se dio a la fuga chillando como los fantasmas. (Filóstrato, 1979: 123)

De la mano de este autor conoceremos también a la Empusa de Corinto, la que, sin duda, será una influencia decisiva en la configuración posterior de las vampiras, como ya ha señalado Pilar Pedraza en varias ocasiones (1996: 165; 1999: 44). En este sentido, Filóstrato refiere -libro 4.25- cómo Apolonio vence a dicha aparición. De ella se nos dice que es fenicia y vive en un arrabal de Corinto, y que ha seducido al joven filósofo Menipo de Licia con quien pretende casarse. Al banquete de boda asiste, entre otros invitados, Apolonio, quien revela que la "buena novia es una de las empusas", y al desenmascararla logra que todo se desvanezca en un instante:

[C]uando las copas de oro y lo que parecía plata demostraron ser cosas vanas y volaron todas de sus ojos, y los escanciadores, cocineros y toda la servidumbre de esta jaez se esfumaron al ser refutados por Apolonio, la...

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