El prefacio a Madmoiselle de Maupin (1834). Theophile Gautier y la autonomia del arte. Critica contra el periodismo moderno. - Núm. 30, Marzo 2004 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56656766

El prefacio a Madmoiselle de Maupin (1834). Theophile Gautier y la autonomia del arte. Critica contra el periodismo moderno.

AutorRobles, Francisco
CargoTextos

La bata de Diderot

Magnifique, total et solitaire, tel

Tremble de s'exhaler le faux orgueil des hommes.

Cette foule hagarde! Elle annonce: Nous sommes

La triste opacité de nos spectres futurs.

Stéphane Mallarmé, Toast Funébre, á ThéophiLe Gautier. [1]

Cien años antes de la muerte de Gautier, en 1772 [2], Diderot, sin ni siquiera sospecharlo, planteaba un tema central en la estética de las artes que acompañará al s. XIX y parte del s.XX. En ese año, Diderot, el enciclopedista, uno de los impulsores del programa ilustrado en Francia, escribía en Lamentos sobre mi vieja bata o aviso para los que tienen más gusto que fortuna [3] : "¿Por qué no la habré guardado? Ella estaba acostumbrada a mi; yo estaba acostumbrado a ella. Moldeaba todos los pliegues de mi cuerpo sin incomodado; me veía pintoresco y bello. La otra rígida, almidonada, me convierte en maniquí [...] la indigencia es casi siempre oficiosa. Si un libro estaba cubierto de polvo, uno de sus lados se prestaba para limpiado. Si la tinta espesa rehusaba fluir, prestaba el flanco [...] esas rayas denunciaban al literato, al escritor, al hombre que trabaja. Ahora parezco un perezoso rico; no se sabe quién soy [...]" [4].

Si algo podemos decir inicialmente de este pasaje, sería la alegorización que recae en él de un proceso que desborda al propio planteamiento original de Diderot. La manifestación de una idea de modernización como instrumentalización de la propuesta de "progreso infinito", planteada por la Ilustración francesa (s. XVIII), se instala como una lucha contra la aristocracia y aquello "aristocratizante" [5] . La alegorización del pasaje de la bata en Diderot puede ser abierta de varias formas: primero, la pérdida de la costumbre, como pérdida de un ente tradicional; segundo, la belleza como rasgo de esa tradición en crisis y su consecuente uniformidad; tercero, la manifestación del trabajo a través de la prenda como distintivo identitario; y cuarto, algo que corresponde al siguiente fragmento que poco más abajo continua: "Mi vieja bata formaba una unidad con las otras cosas miserables que me rodeaban [...] todo está desacordado. Ya no hay conjunto, ni unidad, ni belleza" [6] : el problema de la armonía utópica y la belleza. La modernidad europea, como una lucha contra esa tradición escolástica, tan criticada por el propio Diderot, se propone como lo nuevo que, en definitiva, se posiciona como una búsqueda de la respuesta en lo infinito del espíritu del hombre; las cosas del mundo progresan, en la medida que el espíritu es infinito: ésta es la posibilidad de una vida moderna marcada secularmente. No es la posibilidad ad infinitum de la teología, la cual se presenta sólo una vez que la muerte haya llegado al cuerpo. Paradójicamente, y éste es un adverbio que recorre toda la modernidad, la infinitud es posible en el orden finito del mundo. Esto está otorgado a través de las relaciones sociales establecidas en el campo secular, en donde todos los estratos tienen derecho a vincularse en los distintos ámbitos que los involucren. La política intenta proponerse como representativa y no simplemente como representación de clase. La representatividad de los estadios políticos sugiere cierta popularización de una "nueva" forma de desarrollo social: el Estado, desvinculado en sus principios a la monarquía, y por consiguiente, de los derechos aristocráticos, se fortalece en una ideología "protectora" o paternalista en su relación con sus ciudadanos. El pueblo se ampara en un Estado que desea brindarle cierto bienestar a cambio de un poder político, de representatividad. Una de las formas de dirigir a los ciudadanos hacia una ideología nueva, modernizante, es convencerlos de sus derechos a optar, a elegir, y no sólo políticamente: la elección también pasa por un mercado de consumo industrial, el cual viene haciéndose parte de una Europa ya dividida. Pero también este mercado se vuelve hacia una de las esferas incipientes del desarrollo moderno: el mercado simbólico, el mercado de bienes culturales se establece como una propuesta ilustrada, la de llevar a las masas una cultura que antes sólo recaía en una élite aristocrática [7].

La cultura da así una posibilidad de mercado de poder instalarse en el "gusto" del otro, del distinguido, del que fue diferente y que ha sido despojado de su diferencia. No podemos decir que la gran lucha de la modernidad hubiese sido una lucha por despojar a la aristocracia de su "distintivo" simbólico, la cultura, y entregarla como botín a la masa, o bien, plantear de lleno que el otro "distintivo", el poder económico, al cual la masa no podía aspirar, corresponde en la modernidad a los dueños de ese mercado que engloba al cultural y al de bienes. Pero, sin embargo, el proyecto moderno acepta desde sus inicios estas contradicciones que le son tan ajenas como proyectos, pero tan familiares pragmáticamente, en tanto aparecen no sólo en este breve párrafo citado por Diderot y que confirma y se consagra en el pensamiento estético de éste. La problemática de la tradición en el enciclopedista, está referida al origen perdido del burgués como trabajador: el trabajo que lo caracterizaba y que, alegóricamente, ahora anuncia algo que Diderot tal vez no sospecha: esta "aristocratización" o apropiación tanto del mercado simbólico-cultural como de bienes, ha concluido por perder a un proyecto moderno íntimamente ligado a la idea de trabajo. La apropiación de una forma de vida aristocrática, ha escindido contradictoriamente al mismo proyecto moderno. Por ello no será raro el advenimiento de un Napoleón Bonaparte emperador de Francia después de la Revolución. La escisión contradictoria entre los dueños de los medios de producción con respecto a la otra parte, consumidora de un mercado simbólico (restringido aún educacionalmente), dará a mediados del s. XIX, una reflexión por parte de los "oprimidos" por la primera parte: la conciencia de estar "al margen" de un proyecto, de pertenecer a una "clase" diferente. El nacimiento del proletariado obrero y campesino en oposición a una burguesía que ha pasado a ser sinónimo de "aristocracia" productiva y acumulativa de capitales.

Esta pérdida del horizonte de la modernidad como proyecto universal, admite desde sus inicios con Diderot aquella confesión: "No se sabe quién soy". La pérdida de la armonía y unificación entre el sujeto y su ideología, mediante la interposición de un mercado cada vez más "íntimo", ha roto el hilo o tejido que intentaba en sus inicios, "coser" a la maquinaria moderna todas esas partes fragmentadas de una sociedad, y homogenizarla bajo un Estado de derecho en que todos fuesen iguales ante la ley. El resultado es conocido: la igualdad ante la ley prontamente se trocó por una igualdad ante el mercado, en el cual el ciudadano, palabra tan afectiva en el sistema moderno estatal, pasa a llamarse consumidor. La uniformidad como fin de la propuesta concreta, permite a esa producción hacerse cargo de una manera más económica y dúctil del fenómeno de masas que día a día iba en aumento. Una de las herramientas no podía ser sólo la literatura como...

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