Arzonar. - Núm. 28, Septiembre 2003 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56593263

Arzonar.

AutorReynaldo, Jim
CargoTextos

Arzonar I V Grupo dicotiledón. Oberturan desde él petreles, propensiones de trinidad, finales que comienzan, ohs de ayes, creyérase avaloriados de heterogeneidad. ¡Grupo de los dos cotiledones! A ver. Aquello sea sin ser más. A ver. No trascienda hacia afuera, y piense en són de no ser escuchado, y crome y no sea visto. Y no glise en el gran colapso. La creada voz rebélase y no quiere ser malla, ni amor. Los novios sean novios en eternidad. Pues no deis 1, que resonará al infinito. Y no deis 0, que callará tánto, hasta despertar y poner de pie al 1. Ah grupo bicardiaco.

Todavía, que sepa, no se ha trazado un escrito que considere la sincronicidad con que brilla, en el calendario estelar de la poesía del siglo pasado, la cifra 1922. Eliot publica La tierra baldía; se celebra la Semana de Arte Moderno en São Paulo; César Vallejo publica Trilce. Seguramente concurren más sucesos que ahora olvido, despegando del campo anegadizo pero fértil de los estallidos vanguardistas, durante aquel año o sus inmediaciones. De todas maneras, ya la breve lista bien soportaría la contundencia de infinitas relaciones y tensiones.

Sorprenden, en esta época de fragmentación a años luz, el intercambio que mantenían las decenas de pequeñas publicaciones de poesía del período >. En parte gracias a ellas podemos más que suponer que Vallejo y Girondo, por ejemplo, se leían entre sí. Sinapsis entre núcleos implosivos. Entre células insurrectas volcándose a la luz de un continente. Vinculación sincrónica bajo conciencia de época. Experimentación que, de todos modos, irá perdiendo la inocencia inicial, cosmopolita aunque imitativa postura o adánica insensatez, para ir adquiriendo coloraciones semovientes, difusiones de fulgores clandestinos, desviado rumor. Una ola de insurgencia en cuya diversidad saltaban confundidos anfibios con las furias. Invención literaria en tanto noción disruptiva, este intento colectivo de deslectura, encontrará, por fin en Trilce, otra puesta en alerta ante el uso de la palabra. Poética tan insumisa a las formas más rumiadas de la lírica, que precipita recursos y significados en aras abisales de la palabra, y, desde la crudeza recuperada en la palabra, la transmutante sutileza de sus modulaciones.

Trilce fue escrito en Lima y en Trujillo, pequeña ciudad colonial de la costa del Pacífico, en el norte peruano. En aquellos años veinte, la voluntad de ruptura, en efecto, en gran medida también provenía de las periferias andinas o costeras. De esa periferia cultural y lingüísticamente bifronte que es el Perú, la sobreperiferia de las rebeliones estéticas. Mirko Lauer ha caracterizado al vanguardismo de los años 20 en el Perú, como cosmopolita a la vez que como el primer movimiento pan-provinciano. En Puno había nacido Carlos Oquendo de Amat, cuyos 5 metros de poemas señalarían un incendio de Bengala en la pantalla de un cine nunca más mudo. También en Puno, cerca de la frontera con Bolivia, el grupo Orkopata y su Boletín Titikaka (los hermanos Alejandro Peralta y Gamaliel Churata, entre otros): deslumbrados con Dadá, buscaban integrar el incipiente indigenismo con ciertas técnicas y estrategias gestuales de las vanguardias. Por su parte, estaba Adalberto Varallanos, nacido en Huánuco, en plena serranía, quizás el más desconocido de aquella generación, cuya obra completa, truncada por su muerte prematura, será publicada casi anónima y tardíamente en Buenos Aires. Más o menos por entonces, en un artículo, Parra del Riego había presentado, a los lectores de Lima, la >: referencia a un grupo de escritores en Trujillo (entre ellos, Antenor Orrego y Alcides Spelucín, que moriría, exiliado aprista, en Bahía Blanca), en cuya pléyade achispaba Vallejo, quien, por su parte, era oriundo de la serrana población de Santiago de Chuco.

Fulguraban --primeras décadas del siglo veinte-- los devorados por la cosmópolis. Dos de ellos, en distintos momentos, vivirán y morirán en Montevideo: Juan Parra del Riego, >, enamorado del siglo y de la velocidad; y Xavier Abril, que llevaría una larga vida sin radicar en el Perú. Abril frecuentará a Vallejo, en París. Y se dedicará a ensayar sobre la poesía de éste en diversas oportunidades. Otro poeta, AIberto Hidalgo, nacido en Arequipa, autor de un junto a Huidobro y Borges, vivirá y morirá en Buenos Aires. El propio Vallejo daría ese puntazo del salto: del éter trujillano a los pasillos parisinos. A su modo, una saga sacrificial. ¿Huyendo de la cárcel de Santiago de Chuco o del ahogo peruano? Se cuenta (no recuerdo la fuente de la anécdota) que una vez, habiendo ya vivido duramente durante años en Europa, le preguntaron a Vallejo si no tenía deseos de regresar a su país. Sí, respondió que sí. Pero luego, pensándolo mejor, después de un silencio, recordando aquella sociedad de afrimaciones coloniales, prejuiciosa hasta la violencia, soltó: .

Es llamativa esa señal del origen no urbano coincidente en ciertos poetas de inequívoco influjo en nuestra lengua, tanto sobre sus contemporáneos cuanto sobre las generaciones posteriores. Como Darío, nacido en la aldehuela de Metapa, Vallejo era oriundo de un sitio que estaba fuera del Mapa. Contrariamente a Darío --otros las circunstancias y los temperamentos--, Vallejo no creó escuela. Demasiado en su ambiente habrá cundido, hasta desgastarse, la imagen un tanto enrarecida, cuasi mortuoria en su marmórea pesantez, del poeta laureado con solemne corona de oro por un presidente de su país --puede comprobárselo por la fotografía que lo perpetúa--, de José Santos Chocano, avatar del Poeta clavado a su mayúscula. No por casualidad fue Vallejo uno de los primeros en admitir las cualidades renovadoras --en su escritura y en la actitud que la sustenta-- de José María Eguren.

Eguren, quien, por mera rutina profesoral, viene siendo sindicado desde hace más de medio siglo como >, si no >, cuando en verdad su anacronismo ha sido desde un principio el del sutil miniaturista, fue ahondando una poética alejada por igual de la grandilocuencia, la verosimilitud o la manipulación emotiva. A diferencia de los altisonantes y autoritarios forjadores de modelos, Eguren encarna otro tipo de poeta, uno sin discurso paralelo al de su pensamiento lírico, uno cuya incidencia gravita en el apenas del rigor exploratorio de las formas, de lo encarnado en el verbo, incluso al nivel más soterrado del rumor y la insignificancia. En la entrevista que le hiciera Vallejo a Eguren, fechada en febrero de 1918, éste le dirá, a raíz de >: >. Un tiempo después, ya en un artículo parisino, Vallejo aludiría, en relación al desamparo ambiental, a

La juventud sin maestros, sola frente a un presente ruinoso y ante un futuro asaz incierto.

VII Rumbé sin novedad por la veteada calle que yo me sé. Todo sin novedad, de veras. Y fondeé hacia cosas así, y fui pasado. Doblé la calle por la que raras veces se pasa con bien, salida heroica por la herida de aquella esquina viva, nada a medias. Son los grandores, el grito aquel, la claridad de careo, la barreta sumersa en su función de ¡ya! Cuando la calle está ojerosa de puertas, y pregona desde descalzos atriles trasmañanar las salvas en los dobles. Ahora hormigas minuteras se adentran dulzoradas, dormitadas, apenas dispuestas, y se baldan, quemadas pólvoras, altos de a 1921.

Luis Cardoza y Aragón, quien confiesa que, todavía en el período posterior a Trilce, el de la revista Favorables París Poema, editada junto a Juan Larrea, no comprendía --igual que otros amigos en común-aquello que estaba escribiendo Vallejo y por entonces les leía, y que, no pudiendo asimilarlo sino años después, recién escribe en El río, sus magmáticas memorias:

Y en una tarjeta incluida en los dos números de la revista Favorables Paris Poema (1926) decían sus directores:

Juan Larrea y César Vallejo solicitan de Ud., en caso de discrepancia con nuestra actitud, su más resuelta hostilidad.

Existe toda una tradición del exilio en la poesía peruana del siglo veinte. César Moro se exilió triplemente: cambió su nombre natal (se llamaba Alfredo Quíspez Asín), su lugar de residencia (habitó muchos años en París y luego en México) y su lengua (escribió casi toda su obra en francés --si bien, vale acotar, un francés muy personal--, como el chileno Huidobro, el ecuatoriano Gangotena y el español Larrea, amigo y controvertido exégeta de Vallejo). Otros poetas peruanos nómades o exiliados por voluntad artística: Jorge Eduardo Eielson, Leopoldo Chariarse, Armando Rojas. Y otros modos del casi-no-estar: las décadas de silencio a que se llamó Westphalen; el nomadismo primero y la internación voluntaria después, de Martín Adán (otro que cambió su nombre); la escasísima obra de Francisco Bendezú. La deriva y final desaparición de Luis Hernández. Lo curioso con César Moro es la coincidencia de años de residencia en París con Vallejo, y el hecho de no se sepa que se hayan siquiera cruzado por allí.

Vallejo, que buscó diferenciarse de los vanguardistas de su generación u otras, más o menos pletóricos, más o puros en su rupturismo --a los que de todos modos asimiló--, no desdeñó los arrastres, siempre posibilitadores, de la tradición --en especial las vertientes barrocas del Siglo de Oro--, así como incorporó, y pronto derivó, el reciclar de aquéllas en los influjos modernistas (Darío, Herrera y Reissig). Esto no significa, sin embargo, que su detonación estuviera exenta de plurales ingredientes: todas sus influencias, tradicionales, inmediatas, arcaico-inventadas, recíprocamente desmintiéndose ...

Pero, a la vez, este libro libérrimo implica un salto más allá de las lindes vanguardistas: no estamos, ya, ante unos experimentos que de todas maneras cuentan (y a su modo opositor sostienen) con la determinante referencia a las Buenas o Bellas Letras. No es apenas desobediencia, lo que marca el acontecimiento en Trilce, sino desacato, es decir meditación (crítica) en el uso de la palabra.

Cabe citar la casi totalidad del breve artículo de Vallejo >, compilado en El arte y la revolución:

[...]...

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