Bruja y nahualli: versiones y perversiones en el proceso colonial. - Núm. 41, Enero 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634501281

Bruja y nahualli: versiones y perversiones en el proceso colonial.

AutorMartínez González, Roberto

Normalmente, en el contexto mesoamericano, se usa el término nahualli con dos sentidos diferentes: Por un lado, designa a una suerte de doble o alter ego, de forma preferentemente animal, que se encuentra tan íntimamente ligado al carácter y destino de la persona, que su muerte implicaría el deceso del ser humano al que se asocia. Por el otro, nahualli se refiere a una suerte de especialista ritual caracterizado por su capacidad de adoptar la forma de ese alter ego igualmente nombrado nahualli. Bruia europea, por su parte, alude a un personaje que, en virtud de su pacto con el diablo, adquiere poderes sobrenaturales que le facultan para producir toda clase de males. Así, la bruja y el nahualli son dos constructos que originalmente formaban parte de universos conceptuales totalmente diferentes y que, sin embargo, terminaron por converger bajo una misma imagen durante el proceso colonial mesoamericano. Así pues, la intención principal del presente trabajo será explicar la manera en que el uso del concepto bruia en la evangelización terminó por introducir la brujería europea entre los mesoamericanos.

Versiones y perversiones en el encuentro de dos mundos

Para la Iglesia del siglo XVI, el mundo estaba dividido entre aquellos que tenían la verdadera fe y quienes vivían engañados por el demonio. De éste modo, Castañega afirmaba en 1529 que "dos son las Iglesias de éste mundo: la una es la católica, la otra es la diabólica [...] La Iglesia diabólica es generalmente, toda la infidelidad que está fuera de la Iglesia católica" (13). Y por esta razón quienes conocían la verdadera fe debían salvar las almas de aquellos que vivían en el error convirtiéndolos al cristianismo. Sin embargo, en éste sistema el no creyente -quien debía ser salvado del demonio- no era concebido como una simple víctima sino, ante todo, como un pecador. Pues tal como lo advertía Eymerich a fines del siglo XIV "el hereje determinándose entre una doctrina verdadera y una falsa, rechaza la verdadera y elige como verdadera una doctrina falsa y perversa" (73). Y es por tal causa que los herejes (e, indirectamente, los infieles) debían ser combatidos y perseguidos hasta su reducción al cristianismo a fin de poder salvar sus ánimas de las garras del demonio.

Y es bajo ésta misma óptica que los primeros evangelizadores comenzaron a conocer las religiones amerindias, reduciendo todo lo que no era -o no parecía- cristiano, al mismo nivel de superstición y engaño demoniaco. Los dioses prehispánicos fueron generalmente interpretados como demonios, las imágenes religiosas como ídolos y los nanahualtin como brujos.

De la bruja al nahualfi

Aun cuando el momento exacto en que dio inicio la Gran Cacería de Brujas es todavía dificil de definir (alrededor del siglo XV), parece claro que sus orígenes más remotos se ubican en la persecución de los cátaros de los siglos XIII y XIV. Un momento en el que, en la fragmentada Europa, la Iglesia, necesitando afianzar su poderío frente a invasores extranjeros, optó por la 'purga' de todos los grupos que no se apegaban de manera estricta al dogma católico. Pues, es sólo a través de la unidad religiosa que se podía hacer frente a la creciente expansión de los árabes. Así, es al contacto con los no-cristianos y no-ortodoxos que el imaginario de la bruja fue originalmente construido como una herramienta conceptual que explicaba y justificaba la necesidad de la extirpación de tales grupos. En otras palabras, la brujería, tal como era pensada por la escolástica, es resultado de la percepción deformada que la Iglesia -y en particular la Inquisición- tenía de las prácticas y creencias no-cristianas.

Esto se hace particularmente evidente en la descripción del aquelarre que, en 1494, presentaba el Repertorium Inquisitorum:

Sucede que mujeres pérfidas, [y] pervertidas por Satán, se digan y se crean seducidas por los engaños de los demonios, y declaren que se reúnen, numerosas, en plena noche, con Diana la diosa de los paganos y con Hérodiade, y que cabalgando ciertas bestias, atraviesan en el silencio de la noche o el rugido del rayo inmensos espacios, el cielo de varias naciones (410-412).

Es decir que, a diferencia de lo que se vería más tarde, en esta primera concepción, las brujas eran pensadas como pervertidas por Satán porque este les hacía cometer herejías y no porque les diera poderes sobrenaturales, copulara con ellas o les impulsara a hacer múltiples fechorías.

Sin embargo, esta primera visión no duraría mucho tiempo. Pues, cuanto más se estudiaba la práctica brujeril a través de las herramientas metodológicas de la época -la comparación con los textos bíblicos y los documentos latinos-, más se le deformaba y adaptaba a las creencias de la clase dominante. Ya que, como es sabido, las autoridades eclesiásticas de la época se perdían en largas disertaciones pseudológicas al interior de un sistema escolástico en el que la coherencia impuesta por las reglas de la argumentación condujo a la construcción de un edificio teórico cada vez más coherente consigo mismo y, al mismo tiempo, más alejado de la realidad (Tausiet 261). En otras palabras, la imagen escolástica de la bruja es una formulación intelectual que "pertenece propiamente a las clases dominantes y educadas y no a los sectores más modestos de la población" (Levack 38, 61).

El lado demoniaco fue cobrando mayor peso en la concepción de la brujería conforme los poderes del diablo iban siendo "demostrados" como capaces de producir los portentos que las dichas brujas mencionaban (Tausiet 267). De modo que, para defender la realidad de prodigios, como el vuelo y la transformación, se desarrolló toda una teoría sobre los poderes del demonio (ver Kramer y Spregner 3, 62; Castañega 22). Y es desde entonces, para retomar las palabras de Rodríguez Virgil que las brujas:

empezaron a ser considerados como pertenecientes a una congregación o religión alternativa, en la que los fieles ingresaban haciendo acatamiento del demonio con solemne remedo sacrílego del ritual de adoración a Dios y se generalizó la creencia de que el juramento de fidelidad al diablo habilitaba a quien lo prestaba para ejercitar los que se consideraban poderes brujeriles más característicos (72).

Así, la fuente del poder oculto no era ya la fuerza de la palabra, ni la invocación del demonio, ni la ceremonia...

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