El cielo que me escribe de Miguel Angel Zapata. - Núm. 2003, Septiembre 2003 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56593261

El cielo que me escribe de Miguel Angel Zapata.

AutorZapata, Miguel Ángel
CargoCreación

Miguel Ángel Zapata

El cielo que me escribe

-selección

El cielo que me escribe

Cielo blanco sin polvo ni memoria. Cielo que limpia la visión del ave clavada sobre la arena. Cielo de algas y peñas en el moho: aire de ninguna flor, brisa de ningún árbol donde no se escribe el poema ni el diario de la muerte. Cielo mío que calla a tiempo el sonido del ave en la arena. Cielo mío que no escribe su visión por el ave ni la arena, sino por el moho y el alga que verdea el espejo ya disuelto.

Mi cuervo anacoreta

Mi cuervo brilla con el sol y nadie puede verlo como canario. Escribe con su pico la soledad de la noche y tamborea su cántico ante la gruta del agua que lo ve caer sin una letra. Mi cuervo es pájaro anacoreta, canario esculpido con carbón. El cuervo que se volaba por las alcobas es más vivo que loro Verde repitiendo sílabas sin son. Mi cuervo brilla y brilla mejor que un cometa prendido en el cristal. Ya se posa en mis papeles cuando le hablo sin pensarlo, y cuando me mira es un aire emplumado, flauta de tinta que gotea mi envoltura.

Escribo en la ventana

Escribo en la ventana mirando la luna de mi cuervo. El mar acorazado sin gaviotas, maloliente aún se balancea entre sus olas. Aquí no hay mar: sólo residuos de nieve sucia pisoteada por los carros. La nieve cubre esta ciudad blanca sin sillar. Los astros patinan con el frío y yo camino con la luna entre la nieve y me siento cerca. Subo la Montaña y veo el cielo del texto inspirado en el hielo de la sombra. Todo el paisaje se derrite desde mi ventana. El día comienza otra vez y el fuego vuelve. Más leña y el jolgorio de los niños: nunca pensé que el fuego hiciera tan feliz a los niños. Es la lumbre que nos llama a bailar sin zapatos sobre la alfombra. Así con cuidado escribo mis corales en el patio de la casa: ahí donde descansaba mi pobre árbol desnudo y seco.

La iguana de Casandra

Para Casandra Iris

Presiento que extrañas los arenales del desierto. No eres feliz, aún cuando mi hija te pone en el árbol de nuestro patio para que te sientas en casa. En tu mirada veo las dunas y una luna parda volando con la arena. A veces pienso dejarte ir peno no quiero ver triste a mi pequeña niña. Siempre recuerdo cuando te escapaste de tu tanque de cristal y luego te encontré meditando encima de mi ordenador: sorprendida mirabas mis palabras con luces y escuchabas las quenas de mi grabadora Quazar. Veo tus ojos plomos en los míos y pienso en el desierto: las dunas me atraen, sus líneas son femeninas, cada trazo es el pincel de un lenguaje sagrado que vive siglos bajo el sol. Así el mundo, la lengua, el poema que no quiero ya escribir. No sé si te compraré un tanque más grande, con algunos troncos elevados o te dejaré ir uno de estos días. Creo que morirías en este zoológico humano, además nadie te daría verduras ni lechugas frescas ni calor. Ya quisiera volar al bosque de tu ensueño, dejar esta prisión de silencio y entrar en tus ojos plomizos para bailar en el desierto, donde alguna vez bailaremos desnudos bajo una tibia duna.

El espacio del poema es un río

El espacio del poema es un río, un bosque de venados mirándome escribir en la humedad. EI río huele mi desnudez y el agua arde. Entra un aire de mar hacia mi cuarto y despierto. Después de las briznas de nieve las palabras se congelan en la garganta: hay truenos. Bailo y la voz me tiembla ante el silencio de los álamos. Toco mi cítara en este santuario donde lavamos las heridas y nos adoramos sobre la hierba. El pincel da la idea al deseo: leo Paul Klee y sus rosas de plata penetran la ventana. Su cuerpo recién salido de la ducha se desdobla bajo las cuerdas de un chelo. Escribo el rumor de su cuerpo refrescándose en el agua. La veo salir desnuda con sus muslos firmes, y sus piernas me sugieren besos en el pozo de la dicha. El cuerpo mutilado del río recorta las visiones y su cuerpo en la arena es la trasgresión de la luna. Me siento satisfecho porque aquí la nieve desaparece con el sol de la montaña. La montaña me guía hasta el ancho río y escribo otra vez la señal que desaparece en la ventana.

Te alabo al son del arpa

Oh Señor, te alabo al son del arpa, desnudo, casi vencido, despedido, sin palabras y sin fe. Esta luz que espero esta tarde viene de la Montaña: sin voz ni aliento me levanto y te ofrezco estas rosas anacoretas que tú sembraste cuando dejé en tu fuente mi abecedario de niño entusiasmado; y ahora, después de años de amor y de sorpresas, vuelvo a dejarlas en el himnario del arpa que resplandece oreada en mi ventana.

La hora del poema

Es la...

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