Cuento: Flores de Basura, por Manuel Naranjo. - Núm. 42, Marzo 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634504045

Cuento: Flores de Basura, por Manuel Naranjo.

AutorNaranjo Igartiburu, Manuel

En la oscuridad del día, te recuerdo, te evoco, amada Alejandra. Fue desde las ruinas de mi balcón de calle Miraflores cuando te vi - ¿o te construí?- por primera vez. Creo recordar que ese día había estado toda la tarde mirando la gente pasar en medio de algunos desechos y con una botella de vino en la mano. No sé si estaba ebrio o no, ya que después de años de consumir alcohol desde el amanecer hasta la noche, es difícil establecer lo que es real y lo que es fruto de las alucinaciones, mala palabra para referirse a las visiones que a veces tenemos del gran misterio que nos rodea. ¿Qué es lo que esperaba o buscaba en ese momento? No lo sé, quizás nada, quizás simplemente había sido expulsado del departamento por la inconmensurable basura que había en él: montones de libros destrozados, comida descompuesta repartida por los rincones y las murallas, múltiples cajas atiborradas de cosas innombrables y misteriosas, secreciones humanas de variado tipo, alguna mascota no enterrada y sabe Dios qué más. Pero tú sabes que eso no es cierto, Alejandra. Tú me dijiste que estábamos predestinados, que la basura de mi hogar era un reflejo de mi podredumbre espiritual y que tú venias a ayudarme a recuperar el centro perdido, a tomar las riendas de mi vida. Amada Alejandra, tienes razón, ese anochecer te estaba esperando inconscientemente a ti. Es que a veces tus palabras se confunden con el silencio y me cuesta creer que efectivamente exististe. Pero qué digo. Recuerdo cada detalle de tu persona, especialmente cuando te vi por primera vez: recuerdo tu alta y delgada figura cuando apareciste por la calle, recuerdo tu negro y largo pelo acariciado por el viento, tus hermosas piernas cubiertas por medias claras, tus zapatos de taco alto, tu andar decidido. Pero sobre todo recuerdo cómo tus ojos, en un segundo, perforaron mi cerebro, mi alma, cuando se posaron en los míos. Estoy seguro de que en ese instante conociste todos mis secretos y tuviste compasión de mi dolor. Viste las noches eternas en que miraba infructosamente las líneas del techo buscando mensajes divinos, cómo lloraba desconsoladamente cada final del día por el tiempo perdido, cómo la basura me iba cubriendo lentamente hasta ensombrecer mi visión, cómo intentaba pronunciar olvidadas plegarias en los momentos de mayor desesperación, cómo mi mente se vaciaba progresivamente al observar el rostro de la muchedumbre durante horas, cómo estuve a punto de lanzarme al vacío en dos ocasiones y cómo...

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