La cultura de la contracultura. - Núm. 48, Marzo 2009 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 632228889

La cultura de la contracultura.

Autordel Pino, Angeles Mateo

¿A qué se denomina contracultura? Generalmente se acepta, por ser de uso común, sobre todo en las últimas décadas, que con este término se hace referencia a todas aquellas tendencias y formas sociales que chocan con lo establecido en una sociedad. Si consultamos lo que figura en el Diccionario de la Lengua Española hallamos que este artículo ha sido recientemente enmendado y que dicha palabra se ha gestado como calco del inglés: Counterculture (1). Según la Real Academia Española sirve para denominar como tal a un movimiento social surgido en los Estados Unidos de América en la década de 1960, especialmente entre los jóvenes, caracterizado por rechazar el establishment. Pero también con él se remite a un conjunto de valores que caracterizan a ese movimiento y, por extensión, a otras actitudes de oposición al sistema de vida vigente (2). Desde esta perspectiva podemos afirmar que el concepto de "contracultura" está signado por lo "temporal", de tal manera que esa conciencia de "vigencia", a la que alude el diccionario, no hace más que poner el énfasis en ciertas leyes, ordenanzas, estilos y costumbres que están en vigor--y observancia--en un período determinado. Esto nos lleva a subrayar, "observando" los cambios ocurridos en la sociedad, que lo que en un momento determinado se considera "contracultural" podrá luego ser admitido, integrándose así en la cultura oficial. Pensemos, por citar sólo unos pocos ejemplos, y yendo más atrás en el tiempo, en la bohemia de aquellos "decadentes" años parisinos y los llamados poetas malditos del siglo XIX, la generación beat, el movimiento hippie o la ideología punk del siglo XX, todos ellos concebidos en su día como tendencias transgresoras, forjadoras de una identidad inconformista que atentaba contra el orden social y, sin embargo, con el transcurrir de los años han llegado a transformarse en moda, en la mayoría de los casos "fagocitados" por el mercado. Un mercado capitalista que antes que "crear vínculos con el Otro, convierte al Otro en mercancía; y en lugar de servir para pensar(se) constituye un dispositivo de imaginación de la infinitud y eterna renovación vampírica del capital" (3). Tal es lo que ha ocurrido con la música, por ejemplo con el "rock duro", más tarde rebautizado como grunge, etiqueta más comercial que, en parte, fue propiciada por el cantante de Nirvana, Kurt Cobain, un punk, un rockero alternativo que, no obstante, vendió millones de discos. Tal vez ésta fuera la causa que lo llevó al suicidio: "prefirió abandonar (sin haberse >) antes que perder lo que le quedaba de integridad" (4).

La polémica y controvertida obra de los canadienses Joseph Heath y Andrew Potter, Rebelarse vende. El negocio de la contracultura (2005)--The Rebel Sell. Why The Culture Can t Be Jammed (2004), en su versión estadounidense Nation of Rebels: Why Counterculture Became Consumer Culture (2004) (5)--, insiste precisamente en marcar las diferencias que una época y una estética imponen sobre otra. En este punto dichos autores recuerdan cómo la primera generación de hippies trató por todos los medios, incluso físicos, de distanciarse de la década anterior, la de los años cincuenta:

Los hombres se dejaron barba y pelo largo, negándose a llevar chaqueta y corbata; las mujeres empezaron a llevar minifalda, tiraron a la basura todos los sujetadores y dejaron de usar maquillaje, etcétera. Pero esas prendas y estilos de vestir tardaron poco en saltar a la publicidad y los escaparates de las tiendas. Los grandes almacenes empezaron a llenarse de colgantes con el signo de la paz y collares largos. En vez de considerar a los hippies como una amenaza para el orden establecido, el "sistema" había sabido ver sus posibilidades comerciales. Y la estética punk se recibió exactamente del mismo modo. En las tiendas modernas de Londres se vendían imperdibles de diseño mucho antes de que se separasen los miembros del grupo Sex Pistols, el máximo representante de la música punk" (6). Desde esta perspectiva, atendiendo a los cambios, podemos sostener que la contracultura--como la energía--no desaparece, se transforma, gracias a lo que los autores antes mencionados denominan la "teoría de la apropiación". Es decir, lo que sucede es que el sistema asimila la resistencia, apropiándose de los símbolos que pudieran tener un contenido revolucionario y luego comercializa el producto resultante. De esta manera se consigue neutralizar la contracultura, a la misma vez que se logra que el público ni siquiera llegue a conocer su origen revolucionario: "Al incorporar esta teoría de la apropiación, la contracultura se convierte en una >, en un sistema de pensamiento completamente cerrado, inmune a la falsificación, en el que cada supuesta excepción tan sólo confirma la regla" (7). Recordemos la forma de vida comunitaria que defendían los hippies, el amor libre, la oposición a las ataduras del sistema, el no a la guerra ... Actualmente un anuncio como el de Canal + utiliza esas señas de identidad que marcaban la "diferencia" para publicitar el digital plus a mitad de precio, dando a entender que ni siquiera ese movimiento podría sustraerse a las "excelencias" que aporta tener acceso a la televisión digital: "A UNA OFERTA ASÍ NADIE DICE QUE NO".

--Tíos, he pillado el Plus. --Tíos, somos hippies, nosotros no vemos la tele. --¡Paz y amor! --Ya, pero está a mitad de precio, seis meses, tíos. --Paz y amor. ¡y el plus pa'l salón! --¡Alucinante, tío! (8)

Lo mismo podríamos resaltar de otro anuncio de los últimos tiempos, como es el que ha llevado a cabo Campofrío, a través de la agencia publicitaria McCann, sólo que en esta ocasión, aun cuando se parodia el modo de ser de una familia hippie, aludiendo a diversos tópicos--cabaña en el campo, una hija pequeña llamada Amapola que come zanahoria cruda, práctica de métodos de respiración relajante y ruedas de energía, furgoneta Volkswagen (9).--, lo que interesa es "convertir" al vegetariano hippie en carnívoro y, al parecer, esto se logra--al menos a ello apunta esta campaña--, al degustar unas lonchas de jamón Finísshnas de Campofrío:

PADRE.--Pero, ¿cómo es que no quieres ser vegetariano? HIJO.--Estoy harto de comer siempre lo mismo, la lechuga, el apio; el apio, la lechuga. PADRE.--Pero si tienes la hamburguesa de tofu. MADRE.--El escalope de Soja. HIJO.--Ya, pero no es lo mismo. Una vez, por favor. PADRE.--. Una vez.

(La familia entra en un supermercado, se dirige a la charcutería. El hijo, delante del frigorífico, tiende la mano para coger un paquete de jamón). MADRE.--Si vas a hacerlo, hazlo bien (yle da una bandeja de "Finíssimas" de Campofrío).

¡FINÍSSIMAS DE CAMPOFRÍO, SI LAS PRUEBAS TE CONVIERTES! (10)

A pesar de lo apuntado anteriormente, hay quienes matizan en tomo a la contracultura diciendo que ésta puede entenderse de dos maneras. Una para referirse a aquello que constituye en sí una "ofensiva" contra la Cultura con mayúscula--entiéndase la oficial--. Otra la que remite a una "cultura a la contra", "alternativa", es decir, la que se mantiene al margen del mercado y de los mass media, en el underground. Se trata, pues, de manifestaciones culturales que se presentan como otras posibilidades a la cultura predominante, para escapar así del sistema, del poder institucionalizado. Es por este motivo --las relaciones de poder--que hemos considerado oportuno que en el título, junto a este concepto--contracultura--, figuren otros términos que igualmente remitan a lo que está "enfrentado", entendiendo por tal lo que no resulta complaciente al sistema. De ahí que hayamos incluido vocablos como "insurrecto", "subversivo" e "insumiso". Cada uno de ellos aporta un matiz que los diferencia, a la misma vez que los aúna. Si "insurrecto" alude a lo que se levanta y se subleva contra la autoridad pública, "subversivo" atenta contra el orden público e "insumiso" enfatiza en la actitud misma de rebeldía e inobediencia (11). Todo ello está contenido--según veíamos más arriba--en el concepto de contracultura.

Con todo, somos conscientes de que una gran parte de lo que hoy se considera radical, revolucionario, subversivo o transgresor, pasado el tiempo no lo será. En cada década surge una nueva palabra para explicar el "último" gesto revolucionario. Lo cual no hace más que evocar las premisas de Jean Baudrillard--La Société de Consommation (1970) (La sociedad de consumo, 1970)--y las de Guy Debord--The Society of the Spectacle (1967) (La sociedad del espectáculo, 1974)--, consideraciones que aseguran que vivimos en un mundo donde todo es mera representación. De esta forma, para poder sobrevivir "la contracultura tiene que inventarse a sí misma constantemente" (12). Y al re-inventarse tiene también que "bautizarse", darse un nombre diferente.

Se ha señalado también que el término "contracultura" puede resultar engañoso desde el punto de vista del conocimiento, pues da a entender que un grupo social determinado, caracterizado por prácticas que no se atienen a las normas de la cultura dominante, logra erigir una cultura completamente independiente. Sin embargo, las manifestaciones de estos grupos, en la medida en que reaccionan contra lo "oficial", dependen para su definición de la cultura dominante y no constituyen un proyecto autónomo. Aun cuando no podamos negar que estos movimientos representan visiones que surgen desde los márgenes--geográficos e ideológicos--de la cultura hegemónica y se presentan como instancias de resistencia que pretenden transformar el entorno, como verdaderas alternativas a la versión oficial de la historia. En este sentido, pensemos en lo anotado anteriormente sobre la cultura hippie o en el movimiento antiglobalización de los últimos años.

Sin duda, resulta difícil definir con propiedad el término 'contracultura', puesto que designa genéricamente a un conjunto muy amplio de movimientos políticos, sociales y culturales que han proliferado a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, Ken Goffman y Dan Joy, en Counter Culture...

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