Los diarios de Rosa Chacel: Alcancías. - Núm. 2003, Septiembre 2003 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56583951

Los diarios de Rosa Chacel: Alcancías.

AutorRequena Hidalgo, Cora

Tras cinco años de haberse celebrado el centenario del nacimiento de Rosa Chacel (1898-1994) (de manera modesta, sin demasiado interés ni comentario por parte de la crítica especializada) su obra continúa siendo lectura indispensable para unos pocos y olvido para la gran mayoría, cumpliendo así con el destino de incomprensión -cuando no de desprecio- anunciado por la propia autora. Obra compleja y diversa que abarca una serie de géneros literarios en la búsqueda de la mejor manera posible para comunicar aquello que la define: la vida y las ideas de Rosa Chacel sobre el arte, la literatura, la política o la sociedad. Y es que poco más de lo que se encuentra en sus novelas, cuentos, poemas, memorias, diarios, críticas o cometarios literarios tenía que decir la autora sobre el mundo que la rodeaba.

En este contexto, los diarios de la autora, bautizados como Alcancía Ida y Alcancía Vuelta, son un regalo extraordinario para el lector que intente llegar a una comprensión cabal de un proyecto de escritura al que Chacel guardó absoluta fidelidad, aun cuando ello la obligara, casi siempre, a permanecer fuera de los circuitos de publicación de las casas editoriales. Proyecto que implica la búsqueda constante del ser y, atendiendo a las palabras de José Ortega y Gasset, de su circunstancia, pues, como se ha escrito en numerosas ocasiones, en ellos no hay sucesos escabrosos sino la fuerza bruta de los hechos cotidianos que conmueven por su honestidad y su rudeza sin límites. Tal vez sea por eso por lo que Chacel dijo alguna vez que publicarlos sería un suicidio, o tal vez por eso respondiera a la pregunta de por qué los había publicado diciendo simplemente que se le había acabado la paciencia para seguir guardándolos.

Chacel comienza a escribir sus diarios el 18 de abril de 1940, en Burdeos, cuando está a punto de emprender su viaje hacia el Brasil. En este momento, la desilusión y la certeza de estar comenzando a vivir el exilio como consecuencia de la victoria de Franco en España hacen que escriba en la primera página:

"En este cuaderno estudiaré los progresos que hace en mí la idea del fracaso: cada día estoy más familiarizada con ella. ¿Por qué, de pronto, escribo esto? ... No lo sé: si a mí misma no me importa, ¿a quién puede importarle? ... Mi adiós a París ha sido el primer adiós de mi vida: probablemente porque es mi primer adiós a la vida" (1994, I, p. 11). El diario se interrumpe, sin embargo, al día siguiente y Chacel no reanudará su escritura hasta el 23 de enero de 1952, cuando se encuentra en Buenos Aires, casi doce años después de su viaje a Rio de Janeiro. Salvo algunas excepciones, como se verá más adelante, no dejará de escribir sus diarios hasta el 28 de mayo de 1981. Así, el diario se divide en dos tomos: Alcancía. Ida (18 de abril de 1940 - 3 de junio de 1966) y Alcancía. Vuelta (2 de enero de 1967 - 28 de mayo de 1981).

Llama la atención que, pese a la simplicidad del estilo y de la trivialidad de los hechos contados, la autora logre reproducir en sus diarios un tono semejante al que mantiene a través de toda su obra (especialmente en sus novelas); pues si bien es cierto que los diarios no son obra de ficción, aparece en ellos el mismo tipo de reflexiones y de problemas que en las novelas, es decir, un mundo idéntico al que viven sus personajes, como si la vida de Chacel corriera paralela a la de ellos. La diferencia está en que todo lo que en los diarios es vacío, omisión o anacoluto está desde siempre contenido en las novelas: amor, intimidad, sentimientos, lo que hay de profundo en cada idea y en la imagen que la escritora tiene de sí misma. De este modo los diarios establecen inevitablemente una relación de dependencia y de trasvase continuo con el resto de su obra que contribuye finalmente a crear el espacio autobiográfico en la obra chaceliana.

La trivialidad, en cambio, se encuentra en los temas que con mayor regularidad aparecen en estas páginas y que son sus lecturas cotidianas; las visitas al cine y el posterior comentario de las películas; la correspondencia (tanto la que llega como la que no llega); las tareas domésticas, entre las que destacan los cambios y reparaciones de muebles y el arreglo de vestidos; los problemas económicos; los viajes; la comida y la bebida, como medio para superar la depresión y los problemas; y la espera constante de la publicación de sus libros, así como el proceso de escritura de cada uno de ellos. Destaca, como se ha dicho, la ausencia de datos sobre su vida afectiva, trátese de su marido, de su hijo o de sus amigos, cuya relación nunca se extiende más allá de simples comentarios; e igualmente sobre su vida sexual, aunque sí existe una primera explicación de esta última omisión cuando escribe, en la página 19: "La emoción que buscaba a todas horas, la que temo haber perdido definitivamente, no es la emoción erótica. De todos los elementos que componen el ser humano, el que corresponde al sexo es el que menos me interesa conservar" [1994, I, p. 19]. Más adelante, en 1967, cuando relea sus diarios, escribirá:

"Bueno, pues en estos cuadernos lo erótico brilla por su ausencia. Claro está que los he empezado a los cuarenta y tantos. Pero la causa no es ésa solamente. Es, en gran parte, la frase de Sófocles: "¡No hables de eso!" ... El no hablar puede parecer pudor, pero no es pudor. Puede parecer horror, y tampoco es horror. Es dificultad, porque todavía no he puesto completamente en claro mis ideas sobre semejante materia" [1994, I, p. 19]. El tono apesadumbrado invade así todo el texto, junto con el tedio, la angustia, el hartazgo o la sensación de fracaso que Chacel se empeña en transmitirle al lector por medio del uso constante de la palabra "asco". Ya en las primeras páginas la autora escribe:

"Llevo años en esta muerte de los sentidos, en esta atrofia de la personalidad -conciencia de la inutilidad del deseo, desánimo de la voluntad ante el intento indefectiblemente fallido-, buscando algún alimento, por ligero que sea, para sostenerme en la vida ... Tengo muchas cosas para vivir por ellas, pero esas cosas no me nutren con la mínima emoción" [1994, I, 19]. A esta sensación de desánimo general se suma lo que la autora denomina "aridez", y que no es otra cosa que su dificultad para dedicarle a sus novelas todo el tiempo que desearía. En este sentido es curiosa la relación de odio y necesidad que mantiene con el diario que está escribiendo, al que califica de "simulacro" o de "cosa inútil", -todo en ellos es disculpa y falsedad, e imposibilidad de comunicar sus sentimientos en el instante en que éstos ocurren- pues el mismo hecho de encontrarse escribiendo en él significa que pierde el tiempo, que la imaginación la ha abandonado y que, por tanto, no puede escribir sus novelas. Y junto con esto la certeza de su fracaso como escritora, presente a lo largo de todo el texto, a través de comentarios como: "si a los numerosos defectos de mis libros se añade el de que son míos, queda explicada la oscuridad que se hace sobre ellos, porque quien no tiene nada que hacer en el mundo actual soy yo" [1994, I, p. 24].

Otra constante es la omisión voluntaria de algunos temas o historias que la autora promete relatar más adelante y a los que nunca vuelve, es decir, nuevamente, el "no contarlo todo" de las novelas chacelianas (1) o la excusa de la imposibilidad de hablar sobre algunas cosas en el mismo momento en que suceden. Chacel va construyendo, así, su relato sobre omisiones y olvidos que no logran ser colmados con sus comentarios posteriores y que son claro reflejo de que la autora nunca tuvo la intención de contar muchas de las historias que bosqueja, como si, de alguna manera, estuviera escribiendo sólo para sí misma, aun cuando sea evidente, a partir de un determinado momento, su certeza de que los diarios serán inevitablemente publicados. O tal vez sea justamente por esta certeza por lo que elude hablar, por ejemplo, sobre algunas personas: porque, como escribe, "en este diario no hay una sola falsedad, ni un solo adorno ni un solo artificio, pero hay muchas omisiones. No me atrevo a decir lo que pienso de los otros por no descubrir sus faltas y por no descubrir mi aptitud para descubrirlas" [1994, II, p. 31]. Un primer ejemplo, sin embargo, de este recurso de omisión aparece cuando la autora desliza comentarios como "entramos en el terreno de las cosas que no se pueden decir en...

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