Historiografia, memoria y politica. Observaciones para un debate. - Núm. 41, Enero 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634501249

Historiografia, memoria y politica. Observaciones para un debate.

AutorGrez Toso, Sergio

* Al hablar de historia en esta oportunidad me estaré refiriendo a la historiografía, es decir, al conjunto de estudios y conocimientos que conforman la disciplina que se ocupa del devenir de las sociedades humanas a través del tiempo.

Hecha la aclaración, quiero comenzar con una afirmación que, no obstante su carencia de originalidad, sigue siendo válida e importante: la historia no es una ciencia exacta sino más bien una forma de memoria, que se diferencia de las memorias "sueltas" o colectivas que se generan en todas las sociedades y grupos sociales porque es sistemática, científica (o con pretensiones de serio), responde a reglas de una disciplina y es sometida al juicio crítico de una comunidad académica.

Pero la historia, a la par de constituirse en saber científico, es también un espacio de interpretaciones y en tanto tal un campo de batalla donde se produce el choque entre distintas visiones, intereses e ideologías. Aunque la memoria colectiva de una sociedad o grupo humano no debe confundirse con la historiografía -ya que es mucho más amplia que esta última y no necesariamente coincide con la verdad histórica), podemos hablar de una batalla por la memoria a propósito del enfrentamiento entre distintas interpretaciones historiográficas [1].

Es cierto que en la actualidad existen historiografías profesionales que utilizan métodos científicos (cuantitativos, estadísticos, etc.), pero de todos modos, me cuento entre quienes estiman que no hay historia neutra, completamente aséptica.

En las antípodas de la neutralidad ideal encontramos las historias "comprometidas" políticamente. La forma extrema la constituyen las llamadas historias oficiales o institucionales, aquellas que son producidas por poderes a fin de legitimar su influencia o dominación, que encarnan y justifican un régimen (poder) por la historia (saber) que ellas producen. Según Marc Ferro, la historia institucional es la transcripción de una necesidad (casi instintiva) de cada grupo social o institución (Iglesia, Estado, partido, etnia, empresa, fuerzas armadas, etc.) que de esa manera justifica su existencia[2]. La forma más decantada de esta categoría es la historia providencial, o de modo más general, la historia teleológica cuyo arquetipo es La Biblia con sus enunciados, profecías y mitos como los de la tierra prometida y del pueblo elegido [3].

En distintos períodos y lugares, la historia fue concebida como un medio de legitimación del poder. En la Edad Media su función fue educar al Príncipe, inventariar y ordenar los archivos para dotar de memoria al Estado. En los Tiempos Modernos y en la Época Contemporánea se entremezclan la historia providencial (o santa) y la historia nacional aunque junto con el ascenso del nacionalismo y de los Estados nacionales ha cobrado cada vez más fuerza la historia nacional. Siguiendo a Norbert Lechner es posible constatar que la construcción de una historia nacional implica:

"[.....] 'limpiarla' de toda encrucijada, eliminar las alternativas y las discontinuidades, retocar las pugnas y tensiones, redefinir los adversarios y los aliados, de modo que la historia sea un avance fluido que, como imagen simétrica, anuncia el progreso infinito del futuro [4]".

En las historias oficiales, especialmente nacionales, el pasado es un instrumento al servicio de los intereses políticos del presente. En esta perspectiva la historia se constituye como una reconstrucción altamente mitificada, cargada de maniqueísmos, laboriosos recortes y silencios conscientes. Marc Ferro cita el caso de la India, donde el principio de legitimidad del poder republicano que surge con la independencia trata de basarse no en una raza o religión sino en el principio de unidad del subcontinente indio. Por eso la historia oficial de la India omite o minimiza los conflictos entre hindúes y musulmanes o entre hindúes y sikhs; no plantea claramente que la unificación de la India por los británicos instituyó un principio de igualdad entre todos sus habitantes, que liberó a los hinduistas de un estatuto inferior. No dice tampoco que, gracias a los conquistadores imperialistas, los mahometanos fueron relegados a una posición subalterna ni explica que la defensa de la democracia por Gandhi más que ser el reconocimiento de la igualdad entre todos los indios, estaba motivada porque ese sistema político permitía a la mayoría hinduista controlar a la minoría musulmana. Tanto es así que el mismo Gandhi hizo una huelga de hambre para que la casta de los intocables no tuviera una representación autónoma en las negociaciones con los británicos [5].

¡Verdades que las historias oficiales ocultan!

Sería una gran ingenuidad creer que las historias oficiales solo han florecido en ciertas épocas o bajo determinados regímenes políticos. En realidad han existido en todos los tiempos y latitudes. Entre los casos más patéticos del siglo XX podríamos citar los de la Unión Soviética y del llamado "campo socialista", cuyas historias oficiales fueron hechas y rehechas reiteradamente según las necesidades de las elites dominantes. Así, en el oficialista Compendio de la Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la Unión Soviética, publicado durante el período estalinista, el papel que Trotsky y otros líderes disidentes jugaron en la Revolución rusa fue silenciado o deformado hasta la caricatura. La manipulación de la historia escrita por encargo de la nomenklatura llegó al punto de borrar a Trotsky de algunas fotografías en que aparecía junto a Lenin. Algo similar hicieron los dirigentes chinos luego de la caída de la "banda de los cuatro" en 1976. Los líderes purgados desaparecieron de las imágenes oficiales del funeral de Mao-Tse-Tung, quedando en su lugar espacios vacíos. Y junto a las fotografías groseramente retocadas los publicistas e historiadores del partido, del mismo modo como había ocurrido antes en la Unión Soviética y demás países del "socialismo real", retomaron su eterno trabajo de reescritura de la historia según las necesidades y dictados del poder, ¡Orwell en su novela 1984 escrita a mediados del siglo XX no había exagerado! Siempre han existido Bigs Brothers ávidos de establecer y afianzar sus hegemonías mediante la legitimación que da el control de la memoria sistematizada en las historias oficiales.

Al llegar a este punto podríamos preguntarnos junto a Jacques Le Goff si acaso es necesario y posible optar entre una historia-saber objetivo y una historia militante [6]. Le Goff nos recuerda que otro historiador francés, el marxista de tendencia maoísta Jean Chesneaux, propuso "una historia para la revolución" [7]. Pero, objeta Le Goff, la historia es una ciencia, tiene que evitar su identificación con la política y tiene que "ayudar al trabajo del historiador a dominar su condicionamiento por parte de la sociedad. Sin ello la historia será el peor instrumento del poder" [8].

Estamos ante un rechazo categórico de la historia militante.

Sin embargo, Le Goff matizando o anticipándose a una lectura rígida de su posición, afirma la necesidad de reivindicar la presencia del saber histórico en toda actividad científica y en toda praxis: en las ciencias, en la acción social, política, etc. Pero en diversas formas, ya que cada ciencia posee su horizonte de...

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