Lecciones desde la planificacion territorial y reconstruccion post desastre en Armenia, Colombia. - Vol. 38 Núm. 114, Mayo 2012 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 635295781

Lecciones desde la planificacion territorial y reconstruccion post desastre en Armenia, Colombia.

AutorRodríguez-Rodríguez, Jahir
CargoTribuna

Estas notas revisan el impacto del sismo que sacudió la ciudad de Armenia, Colombia, en 1999, un 25 de enero; además, desarrolla la respuesta institucional del Estado colombiano, tratándose de uno de los mayores desafíos que sele ha planteado a sus relaciones con la sociedad civil en región alguna del país. A renglón seguido, se examinan los procesos de planificación y resignificación del espacio y la manera como la reconstrucción se convirtió en una oportunidad para el desarrollo sostenible, desde una perspectiva urbanística contcmporánea. Finalmente, se discute sobre la dimensión política y la participación ciudadana, elementos que tienen que servir para la integración social y para desarrollar proyectos sustentables y adaptados a las características concretas de cada territorio. Nos referimos a una participación que genere inclusión social, integrada a una creciente expansión de la ciudadanía, donde actuemos como seres sociales y no individuales, en el marco de la dimensión política de la solidaridad.

El contexto de la tragedia urbana

El sismo, de gran intensidad, (1) ocurrido el 25 de enero de 1999 a la 1:19 P.M. en la región del Eje Cafetero, afectó de manera grave la vida, la economía, la estructura urbana de las ciudades y las dinámicas políticas, sociales y culturales de la población. Siendo considerado el mayor desastre urbano en la historia nacional, dejó al descubierto la fragilidad de la economia cafetera, la crisis político-administrativa y financiera de municípios y departamentos, la obsolescencia de liderazgos y la corrupción del aparato institucional; en fin, las múltiples vulnerabilidades que le asistían a la región.

La magnitud de la tragedia no tenía antecedentes en el país. Se presentó en 28 municipios, 450.000 personas fueron afectadas de manera directa, 14.000 viviendas fueron destruidas totalmente y más de 80.000 sufrieron daños severos. La mayor parte de la infraestructura de servicios públicos, como acueductos, redes telefónicas, centros escolares, sedes hospitalarias y administrativas, sufrieron un colapso total, así como miles de instalaciones productivas como beneficiaderos (2) de café y talleres, también almacenes y locales comerciales.

La reconstrucción de la región del desastre se presentó, entonces, como un gran reto al Estado colombiano y uno de los mayores desafíos que seles ha planteado a sus relaciones con la sociedad civil en región alguna del país. Esta reconstrucción debía obedecer, además, a un país en crisis con pérdida de legitimidad institucional, depresión económica y fiscal, con niveles críticos de confrontación armada; por lo tanto, debía responder a la necesidad de convocar y vincular múltiples intereses en función de un propósito común.

Frente a la debilidad institucional imperante en diferentes niveles del Estado y la inoperancia que en su momento mostraron los organismos de prevención y atención de desastres, el gobierno nacional buscó corresponder a la situación conel diseño de una estrategia de intervención y la creación de un instrumento de gestión que fuera ágil, eficiente y transparente, y que se pusiera al frente del proceso de la reconstrucción. Por ello se creó el Fondo para la Reconstrucción y Desarrollo Social del Eje Cafetero (Forec).

Lo anterior se tradujo en lo que se ha dado en llamar el modelo de intervención para la reconstrucción del Eje Cafetero. El o los modelos constituyen una simplificación de un sistema determinado o la simulación del establecimiento de una estructura lógica, que busca en diferentes campos enfrentar una situación dada; en este caso, el sistema está referido a la gestión pública, redefinida o reestructurada en función de llevar a cabo una gran intervención de naturaleza inusitada, con participación de la sociedad civil.

En las calles de las ciudades y pueblos quedó al desnudo nuestra sociedad, la impresionante corrupción no solo del Estado, sino de la mayoría de sus estamentos; en una palabra, se pudo descubrir cómo se ha supeditado lo público a los mezquinos intereses egoístas, vestidos --ellos sí-- de poderosos privilegios.

Pero el terremoto despertó igualmente en la población afectada sus más bellos sentimientos. De las ruinas de sus casas salió la mano amiga, se escuchó la voz del vecino, se compartió el dolor propio y el ajeno y se volvió a sentir de una manera colectiva, no solo de palabra sino de acto, la energia común que permite la acción solidaria. Salió la fuerza comunitaria, la posibilidad de construir un espacio con nuevos vínculos dá convivencia en el trabajo de reconstruir lo propio y lo ajeno, en el trabajo y la vida en común; surgieron inéditas formas de participación en los procesos que definen lo fundamental de la vida colectiva, la capacidad de crear lo propio, de crear aquello en lo que un colectivo puede reconocerse: su morada, su espacio vital, el que permite la capacidad de ser, sentir y pensar en los problemas de nuestra existencia no solo individual, sino colectiva.

De los escombros salió la miseria de los privilegios y la riqueza de la participación comunitaria, la participación ciudadana, la de la gente corriente, en todas aquellas cosas que afectan su vida económica, política y social; salió la posibilidad real de discutir, de organizarse y soñar, de ampliar el espacio de lo público deliberando sobre las cosas más sencillas y las más complejas.

El terremoto hizo colapsar buena parte de la institución social de la región afectada, pero en especial de la ciudad de Armenia. Nos mostró cómo el país no puede seguir aplazando las grandes decisiones públicas; cómo debe reconstruir el Estado y liberar de temores y amarraduras a la sociedad civil, permitiendo que fluya la posibilidad de que en nuestro medio exista un sistema político donde podamos concertar con la mayoría de la población, nuestras decisiones colectivas.

El terremoto mostró cómo la sociedad se puede organizar por sí misma casi sin la ayuda del gobierno, el cual no tiene una clara respuesta política. Reveló cómo las soluciones para los grandes problemas son políticas y en ellas el papel de la sociedad es trascendente. Como dijo un anónimo habitante de la ciudad, convertido por la desgracia en ciudadano: "Oíste, vos, si nos organizamos, la iniciativa es lo que diga la comunidad, no el gobierno".

Si cuando los muros destrozados por el sismo dejaron desnudos en la calle a los habitantes de la ciudad, estos, con su más preciado don, el habla, pudieron comunicar su sufrimiento común, haciendo emerger la más inaudita de las fuerzas: la fuerza de lo colectivo. Hicieron recordar que lo más importante de la existencia no es la propiedad de las cosas,

la posesión de pequeños bienes, sino el ser, el ser humano que desata el poder de la comunicación indicándonos cómo en materia lingüística nadie es propietario; cómo con el habla nos acercamos, y cómo nos hacemos menos frágiles a través de la comunicación y la solidaridad que ella permite.

La situación que se vivió en la ciudad, donde en un espacio y en un tiempo reducidos se dio un germen de autonomía, nos ofreció una lección esencial, en cuanto abrió una ventana de esperanza para construir una nueva vida...

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