Leer a Santa Rosa. Propuesta de decodificación lingüística y visual en la operación que construye la figura de Santa Rosa de Lima. - Núm. 48, Marzo 2009 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 632228781

Leer a Santa Rosa. Propuesta de decodificación lingüística y visual en la operación que construye la figura de Santa Rosa de Lima.

AutorRueda Ram
CargoBiograf

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Y sepan que cuando estuve cerca saboreé el aroma de la rosa que me penetró hasta las entrañas mucho más que cualquier otro aroma.

Narciso.

  1. Ser una Rosa.

    Una Rosa no es sólo una flor. Más allá de un estudio desde la botánica, la rosa se presenta en la cultura occidental como símbolo de la aurora, del nacer, de la vida. Ya en la cultura griega hay rasgos de esta concepción--Y cuando surgió la mañana Eos, de dedos de Rosa (1); canta Homero en La Iliada-.

    Rosa también es un color, la rosa rosada es aquella que se bautiza desde su color, apuntando siempre a lo fresco, lo primaveral, lo matutino, el alba, o en términos más generales a un génesis: símbolo de nacimiento, origen, y junto con ello, posibilidad y capacidad de renovación. Alegoría primaveral, la Rosa es la flor que viene a renovar lo destruido tras el invierno. Por lo mismo se vuelve un sello, garantía de que dónde ella se encuentre algo bueno sucederá, es el mejor indicio de la vida, la flor que se opone a la muerte.

    Con el cristianismo, la rosa como símbolo no perderá sus cualidades generativas. Por el contrario, parecen ser reafirmadas y aumentadas. San Ambrosio afirmaba que la rosa era la aromática encarnación de la virgen María, flor que en el jardín del Edén no había tenido espinas, salvo hasta el momento del pecado de Adán y Eva, donde éstas surgieron como signo de la ira del Creador. Así entonces, la rosa es siempre inocente, y el daño que sus espinas puedan provocar remite únicamente al mal comportamiento de los hombres. Vuelvo entonces a pensar a María como una rosa, porque tal como la flor, la madre de Cristo nace incorrupta, y su hijo el Salvador pasará por el mismo proceso, pues ambos son ajenos al pecado original:

    Por ende la rosa, como María, dechado de la pureza cabal, es símbolo, emblema de lo virginal, si por esto entendemos lo no tocado, el umbral vaginal no hollado por el hombre, la integridad completa de la docellez. (2) La virginidad de una doncella es su flor, su tesoro preciado: su rosa. Las espinas pueden interpretarse como las armas de defensa que, activadas mediante la fuerza de voluntad, protegen la joya de la señorita. La permanencia de las espinas son la bandera del triunfo ante la tentación carnal. La rosa que mantenga sus espinas, es pues, la rosa virgen. Otra ocupación de la rosa por el cristianismo es la figura del rosario, cadena que remite con su nombre a la condición de flor de su inspiradora: María. El rosario es una estructura de rezo que tiene por finalidad que el sujeto orador lleve correctamente la cuenta de las plegarias. Como un espacie de ábaco místico y pío, el rosario contiene las distintas facetas de la vida de la virgen, dogmáticamente conocidas como misterios, episodios hagiográficos que remiten a una clasificación de la vida de la virgen en periodos de distinta postura emocional.

    Ya para el caso latinoamericano, creo hay dos episodios que presentan a la rosa como representante del origen. Cuenta el mito que cuando la Virgen de Guadalupe se le apareció al indio Juan Diego, ésta llenó de rosas su manto como prueba del milagro. Y cuando el elegido por la madre de Dios se presenta ante los franciscanos, deja caer las rosas al suelo y la imagen de la virgen morena estaba ahí, impregnada en el manto del indio. Guadalupe se convertirá en la flor de la Nueva España, y con posterioridad será utilizada como símbolo de la supresión de los vínculos entre México y la Metrópoli.

    Así sucederá también en el Perú con otra virgen que no fue aparición, sino que habitó entre la sociedad limense del siglo XVII: Santa Rosa de Lima.

    Bautizada como Isabel Flores de Oliva, la Rosa Limensis como ha sido apodada por Ramón Mujica Pinilla, vivió en la capital del Virreinato del Perú entre 1586 y 1617. Debido a su extraordinaria popularidad y fama de santidad, fue beatificada en 1668 y canonizada en 1671, declarándosele un año antes como patrona de la Ciudad de los Reyes y protectora de Filipinas. Isabel Flores de Oliva es entonces la primera rosa americana.

    Isabel será la flor elegida por Cristo para contraer el sagrado vínculo nupcial que en adelante extenderá las posibilidades de salvación para los habitantes del Nuevo Mundo. Cristo vio en esta mujer tal pureza, tales cualidades virginales que la quiso hacer digna de él, como premio a su comportamiento. Rosa, primera flor americana, cumple entonces con la frescura que le otorga su condición. Inaugura a manera de génesis la historia del triunfo del cristianismo en América, y la prueba de que en estas tierras es factible el surgimiento de seres puros, como alegoría de lo primaveral, que ocultan el frío invierno de la idolatría. Rosa que florece en el desierto, primera flor de un jardín en construcción, Santa Rosa de Santa María o Santa Rosa de Lima, su figura y sus maneras de representación, serán el objeto del presente ensayo.

  2. Santa Rosa de Lima.

    Es la Lima de finales del siglo XVI la ciudad que verá nacer y desenvolverse a nuestra Rosa. Distintos autores (3) concuerdan en caracterizar a esta urbe como un espacio que alberga un pensamiento fundado en distintas temporalidades. Medieval en su espiritualidad, renacentista en su sicología y contrareformista en su vocación universalista y misionera. Esta mezcla se configurará como el discurso religioso aprehendido por los sujetos y legitimado por el sistema social que lo alberga. Sin embargo, es importante no olvidar que este pensamiento pertenece por completo a una tradición europea que ha sido exportado al Nuevo Mundo, por lo tanto los sujetos receptores no son componentes de una estructura de tradición, sino que se apela mas bien a la novedad. Los distintos discursos que circulan por la capital del Virreinato conforman una unidad proclamada como pedagogía evangelizadora, que impone una tradición pretérita ajena a los nacidos en América.

    Puede ser este hecho la razón de que a los evangelizadores se les haya escapado de las manos el fervor agudo que llevó a un grupo importante de mujeres a dedicarse exclusiva e intensamente al ejercicio de imitación de santas presentadas como mujeres ejemplares. Aunque con argumentos distintos que los llevan a conclusiones opuestas, tanto Ramón Mujica Pinilla como Fernando Iwasaki, grandes estudiosos de la santa, coinciden en llamar a esta época como un tiempo donde reina una epidemia de entusiasmo femenino, que muchas veces se sale de control. Las mujeres están decididas, sea como sea, a ser una rosa; a alcanzar al Divino:

    Para los inquisidores estos vasos de barro mal amasados representan un "peligroso" foco epidémico de "pocesas" que tenían que ser retiradas del medio público para evitar que se propagaran sus confusiones teológicas, alucinaciones promiscuas y embustes. (4) O como señaló la acusada Ana María Pérez en su proceso inquisitoral: "Si me muriera agora me pintarían con rayos como a los santos." (5) Nuestra Rosa ha de nacer en un tiempo donde ante un discurso apocalíptico de evangelización, se desarrolla en los sujetos la necesidad de alcanzar el título de santidad. En el caso de las mujeres el ejercicio se realiza imitando a las santas presentadas como modelo, donde de acuerdo a hagiografías y procesos inquisitoriales, son Santa Catalina de Siena y Santa Teresa de Jesús, los ejemplos a los que más se recurre. Rosa de Lima habría de confesar también--como además ha sido escrito por sus hagiógrafos--que estas mujeres fueron su modelo, la luz que guiaba su camino hacia el encuentro con Cristo. A estas mujeres, que no pertenecían a ninguna orden religiosa, practicando su misticismo desde una posición laica, se les conoce como alumbradas. Sin embargo, para el caso virreinal la condición de alumbrada pierde el carácter negativo que se puede leer en la España de finales de la Edad Media. La alumbrada virreinal no era iconoclasta ni anticlerical, mucho menos cuestionaba los dogmas de la Iglesia. Su peligro radica más bien en su ignorancia y en las autointerpretaciones que hacen de sus lecturas. Son constantes sus arrobamientos y comunicaciones con la divinidad, lo que despierta el celo de los inquisidores que ya ven una ferviente religiosidad en Lima, hecho que podría rayar en la idolatría.

    No nos corresponde ahora determinar si Rosa fue o no una alumbrada. Sí es válido señalar que existen registros de beatas contemporáneas que fueron juzgadas por la inquisición, por situaciones extremadamente similares a las atribuidas a la Santa. Inés de Ubitarte mencionó en su juicio que llevaba cuenta de 98 revelaciones de Jesús, y que éste le hacía dictados de lo que él espera de los hombres. (6) Inés Velasco había visto al Cristo de su iglesia echando un chorro de sangre por el costado, hablándole el Salvador para que bebiera un poco ella, y el resto lo guardara para su confesor. A María de Santo Domingo se le pegaron los dedos igual como ocurrió milagrosamente con Santa Juana, y como de seguro ella lo leyó en la historia de su vida.

    Estos hechos comprueban la idea de que la Lima de finales del XVI y probablemente todo el XVII, era una ciudad con sed de santidad. Y es Rosa el agua que viene a saciar esta necesidad. Existe una pugna entre los estudiosos de Rosa, Mujica e Iwasaki, en torno a la validez de la Santa como flor que da génesis a la primavera del cristianismo latinoamericano. Mientras para el último Rosa no fue mas que una alumbrada como cualquier otra, atribuyendo a esferas azarosas la elección política que toma a la beata para demostrar el triunfo...

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