Caracterización de la Generación del 38: Tres poéticas y contexto. - Núm. 37, Marzo 2006 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56845723

Caracterización de la Generación del 38: Tres poéticas y contexto.

AutorGavil
CargoEnsayo cr

[1] Por su origen militar, el término vanguardia concibe en su interior la noción de choque y ruptura, pues tiene que acabar y superar un estado de cosas establecido dentro de una cultura objetivada que recibe esencialmente el nombre de tradición [2]. Se podría relacionar su naturaleza polémica y destructiva con el legos de la civilización burguesa, al serle inherente una idea de progreso que conlleva una permanente renovación entre lo nuevo y lo viejo, entre lo que era y lo que será. Este proceso de afirmación y negación, que utiliza a la palabra ruptura como síntesis, ha permitido situar este fenómeno en el contexto de la Modernidad con sus peculiares características.

De aquel modo el poeta Octavio Paz se refiere a la tradición de la ruptura al establecer que el arte y la poesía en la época Moderna obedecen a un despliegue y a la vez a una crítica de la noción de progreso, derivada ésta de una concepción temporal enraizada en el cristianismo, pero que se ha secularizado gracias a los presupuestos de Ilustración propios de la razón crítica. Así, la vanguardia es la consumación de esa tradición por cuanto lleva a su conclusión lógica las premisas establecidas en los albores de la Modernidad (artísticamente referidas en el romanticismo y de ahi en adelante) y que puede resumirse en el siguiente axioma: unir arte y vida, transformándose y cambiando esta última en virtud del primero. Por ello para Paz, la vanguardia no fue tan sólo una estética y un lenguaje, sino también una erótica, una politica y, en general, una visión del mundo que deseaba desembocar en la acción para así transformar la realidad. De esa manera, al ser la cúspide de la tradición de la ruptura, la vanguardia puede observar retrospectiva y polémicamente, su pertenencia a la Modernidad de la que, al fin y al cabo, es su consumación imaginativa. [3]

Por otro lado, Peter Bürger manifiesta que sólo cuando el arte alcanza el estadio de autocrítica, es posible la comprensión objetiva de épocas anteriores en el desarrollo artístico. [4] Justamente la vanguardia es el instante de autocrítica del arte moderno que se ha desplegado en un proceso de virtual autoconciencia de sí mismo y que logra, a fines del siglo XIX, su maduración respecto a su propia autonomía. Por ello, la autonomía de las esferas del saber, la fe y la política respecto al sujeto inmerso en su desenvolvimiento histórico no sólo acontece en estos ámbitos, sino además y junto a ellos, acontece en el arte, al interior de un mundo que no posee referentes trascendentes al quedar éstos vaciados de significado [5]. Esta instancia, propia de una Modernidad caracterizada socialmente por el predominio de la burguesía, se convierte en el objeto de crítica privilegiado de la vanguardia, pues ésta muestra y denuncia con su violencia la pertenencia de la autonomía a un sistema de nivelación y dominio del cual se desea sustraer al arte, aminorando o sublimando la capacidad emancipadora que posee. Esa violencia se traduce en una protesta por devolver el arte al mundo de la praxis vital, protest que es ruptura con el estado de cosas anterior a ella y que puede ser apreciada en los manifiestos de diversa índole que los grupos de vanguardia, ya poéticos o pictóricos, presentan con la consabida seguidilla de escándalo y provocación, mostrando su vocación conflictiva que, al asumirse como crítica cultural, trastoca, subvierte y cuestiona las vinculaciones habidas entre sus preceptos teóricos y su eventual recepción por parte de un público asombrado y desdeñoso.

Ahora bien, estas caracterizaciones generales deben remitir al punto esencial con el que se establecerá operacionalmente un concepto de vanguardia. Y ese punto viene a ser precisamente, el lenguaje.

Si se considera que toda revolución que pretende trastocar los sentidos en que la sociedad se articula debe poner a prueba su fundamentación axiológica y gneosológica en un examen detallado y crítico de los usos del lenguaje, la vanguardia hereda la premisa originada en Nietzsche en torno a la crítica del mismo [6]: Al desvelar el significado de ciertas palabras sagradas e inmutables -aquellas sobre las que descansaba el edificio de la metafísica occidental- el autor de La genealogía de la moral socavó los cimientos de esa metafísica. Es así que la confiada actitud del ser humano del siglo XIX ante el lenguaje (confianza establecida en que signo y objeto se vinculaban sin un cuestionamiento mayor y que queda evidenciado desde el desarrollo del positivismo filosófico en adelante) entra en crisis al momento de asumirse como una autoconciencia que ve invalidada su capacidad creativa y de representación. De ahí que uno de los puntos programáticos más importantes de los distintos movimientos vanguardistas fuera la reivindicación de un lenguaje depurado de sus cargas socio-históricas y que tuviera nuevamente una capacidad de creación y recreación critica de la realidad. Sólo por mencionar ejemplos relevantes basta referirse a las palabras en libertad de los futuristas italianos, la acerba y profunda destrucción del lenguaje representacional (ya en lo pictórico como en lo poético) por parte de Dadá y las investigaciones, avaladas por el psicoanálisis, que llevan a cabo los surrealistas y que desembocan esencialmente en la noción de escritura automática. Es así que podría considerarse que lo propio de la vanguardia sería entonces su ruptura del sistema de arte anterior a él, ruptura que puede quedar establecida como conciencia de una crisis epocal cuyo contexto es la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias. Sin embargo, esta crisis, implica una crisis de lenguaje nacida de un vaciamiento de significados.

Pues bien, teniendo en mente los referentes aludidos, para comprender entonces la vanguardia poética en nuestro país, es necesario establecer un corte epocal que permita articulada en su diversidad. Sirviéndonos latamente de lo que índica Sergio Vergara al respecto [7], se pueden indicar al menos dos fechas representativas para su desenvolvimiento: 1920 y 1938. La primera señala la asunción a la presidencia de la república de Arturo Alessandri Palma y la segunda el triunfo del Frente Popular con Pedro Aguirre Cerda como presidente. Entre ambos años suceden en Chile una serie de transformaciones políticas, sociales y culturales de primer orden que indicarian la entrada conflictiva de nuestro país al discurso de la Modernidad y por ende a la vanguardia [8] y cuyos principales acontecimientos pueden ser enumerados sumariamente del siguiente modo: disolución paulatina del poder político de la antigua oligarquía a raiz de la elección presidencial de Alessandri Palma en 1920, los conflictos de poderes al final de su gobierno (1924), su exilio y retorno que desemboca en la constitución de 1925; el interregno de Emiliano Figueroa Larraín (1925-1927), la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo entre 1927 y 1931; la crisis económica mundial de 1929 y que afecta dramáticamente a nuestro país sobretodo en el ámbito minero del salitre y el cobre; el periodo anárquico de 1931-1932; el segundo gobierno de Alessandri (1932-1938), la consolidación en la década del 30 del Frente Popular que desemboca en las elecciones de 1938; la creación de los partidos socialista y comunista, los efectos sociales y políticos de la Guerra Civil Española, el inicio de la Segunda Guerra Mundial, etc.

Estos acontecimientos socio-políticos son el correlato de los hechos literarios en si mismos y que abarcan desde la querella entre Criollistas e Imaginistas de 1928 hasta la puesta en marcha en 1938 de los postulados surrealistas del grupo Mandrágora. Dentro de este ámbito estrictamente literario existe asimismo el desglose de una serie de proyectos poéticos individuales que ayudan a comprender el contexto general de la época como los de Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Pablo De Rokha y Gabriela Mistral y otros no afiliables a grupos sensu strictu, pero necesarios a la hora de entender la diversidad de la época como por ejemplo los de Rosamel del Valle y Humberto Díaz Casanueva.

Es de aquel modo que en un brevísimo tiempo que se extiende desde mediados de la década de 1910 (la llegada de Huidobro a París) hasta fines de la década del 30, con la publicación de un conjunto de obras de un variado grupo de poetas (entre los más representativos e importantes: Neruda: Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924, Residencia en la tierra, 1933; de Rokha: Los gemidos, 1922, Satanás y Suramérica, 1927, Escritura de Raimundo Contreras, 1929; Del Valle: País blanco y negro, 1929, Poesía, 1939; Díaz Casanueva: El aventurero de Saba, 1926, Vigilia por dentro 1931; Valle: La flauta del hombre Pan, 1929, Tratado del bosque 1932; Cáceres: Defensa del ídolo, 1934) puede decirse que se establece la vanguardia poética en Chile. Sí a ello se suma, la actividad del grupo Runrunista a fines de la década del 2019], como la diversa actuación de un elevado número de revistas literarias, poéticas y misceláneas [10], la mayoría de efímera vida, queda claro, que existe un movimiento de fuerzas en despliegue continuo y que cristalizan sintéticamente en dos instancias: una que implica la formación de una comunidad de pensamiento de vanguardia, datable en lo esencial en la década del 20 y otra que sería la consolidación en un tono de intransigente exclusividad, de los presupuestos vanguardistas ya asimilados en el imaginario poético-estético chileno durante la década del 30. [11] Formalmente estos proyectos poéticos propician un quiebre textual al dar cuenta en sus producciones de la inclusión de metáforas audaces, el versolibrismo, el apoyo de su escritura en nociones tales como inconsciente y subconsciente, como también un arraigo en mayor o menor grado de la exploración del yo profundo y asimismo la inserción telúrica del paisaje y la naturaleza. La textualidad poética se hibridiza con la ampliación del lenguaje referencial a espacios hasta antes no admitidos (Io grotesco, lo absurdo y lo feo; lo...

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