Estado de naturaleza y pacto social - Tercera Parte. El individualismo ético y su proyección política y jurídica - Derecho y Justícia. Lo suyo de cada uno. Vigencia del Derecho Natural - Libros y Revistas - VLEX 327822747

Estado de naturaleza y pacto social

AutorGonzalo Ibañez Santa María
Páginas369-420
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Una respuesta como la de la doctrina del Derecho Divino de los
Reyes no podía dejar contentos a quienes formaban parte de las
nuevas clases emergentes en los distintos reinos europeos. Por
eso, la necesidad de buscar nuevas formulaciones en las cuales se
expresaran los motivos de obediencia para el resto de los miem-
bros del respectivo Estado. Esas nuevas clases –la burguesía, en
resumen– no querían que se les explicara por qué tenían que
obedecer, sino por qué o de qué forma ellas se iban a integrar a los
niveles más altos de poder político. Es decir, por qué tenían que
ser obedecidas. A ello apuntaron estas concepciones del Estado
de Naturaleza y del Pacto Social. Es cierto que, no más Ockham
enunció sus ideas nominalistas hubo quienes, como Marsilio de
Padua, ya dejaron entrever estas concepciones. Vimos asimismo
como ya en pleno siglo XVI un teórico como Jean Bodin avanzó
en este sentido. Pero fue en el siglo XVII que esta doctrina se
consolidó como respuesta casi of‌icial a la pregunta que nos ha-
cemos; y en el siglo XVIII que alcanzó su plena madurez.
1. THOMAS HOBBES (1588-1679) O EL CAMINO AL
TOTALITARISMO
Hijo de un pastor anglicano, nació el 5 de abril de 1588 en
Malmesbury, Wiltshire, en Inglaterra. Según contó después, su
existencia se vio marcada desde el inicio por el signo del terror,
pues su madre lo dio a luz prematuramente como consecuencia
de la impresión que le causó la presencia de la escuadra espa-
C A P Í TU L O II I
ESTADO DE NATURALEZA Y PACTO SOCIAL
DERECHO Y J USTICIA
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ñola de invasión frente a las costas inglesas. A los pocos años se
trasladó a Londres, y a los catorce años de edad se enroló en
un college de Oxford, el Magdalen Hall. Ahí conoció lo que en
Inglaterra se enseñaba de Aristóteles y de la escolástica. Tanto del
uno como de la otra se apartó de manera casi visceral. En 1608
recibió su título de Bachiller y fue nombrado tutor de William
Cavendish, con quien emprendió en 1610 un viaje por Francia,
Italia y Alemania. Al regreso se convirtió en secretario de su
pupilo y se consagró, en la medida de lo posible, a los estudios;
en especial, de los clásicos griegos y latinos; fue durante estos
años que cultivó una estrecha relación con Francis Bacon, con
quien coincidía en el intento de estructurar una nueva f‌ilosofía
que sepultara def‌initivamente a la que venía del pasado. En
1629 emprendió por Europa continental otro viaje, acompa-
ñando a otro pupilo, que duró dos años. Acompañando en f‌in
a otro miembro de la familia Cavendish regresó al continente
en 1634. Esta vez estuvo hasta 1637, siendo importante destacar
los vínculos que estableció con grupos cartesianos. En 1640, a
raíz de la guerra civil que estalló en Inglaterra con motivo de
la rebelión de Cromwell, Hobbes temió por su vida, pues era
f‌irme partidario de Carlos I, y se exilió en París, donde volvió
a ser bien recibido por el círculo del Padre Mersenne, uno de
los mentores de Descartes.
En la capital francesa fue uno de los tutores de Carlos II y
en ella escribió su obra más famosa The Leviathan or the Matter,
Form and Power of a Commonwealth Ecclesiastical and Civil, en la cual
recogió tanto las conclusiones de sus estudios como el fruto de
sus experiencias y de sus observaciones, sobre todo acerca de
la despiadada realidad que, con las sucesivas guerras, se había
instalado en toda Europa, incluyendo a Inglaterra. En sus pri-
meros viajes pudo observar la devastación que sufrió Francia con
las guerras de religión; después, fue testigo de la decadencia de
la monarquía en su país, del derrocamiento de Carlos I y de su
ejecución. En f‌in, en Francia de nuevo, pudo observar los horro-
res de la Guerra de los Treinta Años. Con el manuscrito bajo el
brazo regresó a Londres en 1651, donde procedió a publicarlo.
Después de 1651, tuvo que bregar contra acusaciones de ateísmo
en virtud de las cuales hubo una época en la que se le prohibió
hacer publicaciones. En todo caso, poco antes de morir, a los 91
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TERCER A PARTE: EL IN DIVIDUAL ISMO ÉTICO Y SU PROY ECCIÓN POLÍT ICA Y JURÍ DICA
años de edad, inusitada para la época y aun para hoy, tradujo
tanto La Odisea como La Ilíada de Homero.
Lo que contaba de su nacimiento y del signo del terror que
lo presidió no fue simplemente una bravata, sino la expresión
del talante de nuestro autor. Tenía simplemente pánico a morir
de manera violenta; de la manera por la cual tantos de sus con-
temporáneos habían muerto y seguían muriendo. Que cumplió
su objetivo, lo demuestra la avanzada edad a la cual falleció y la
manera plácida en que lo hizo; pero, de poco le servía ya. Sin
duda, su obra El Leviatán fue la expresión más cabal del horror
que le produjo el espectáculo de las luchas interminables, de
las carnicerías sin f‌in, de la inf‌inita capacidad de venganza y de
destrucción que manifestaban las personas humanas. Por eso,
no fue de extrañar que El Leviatán haya sido escrito en clave del
más profundo pesimismo acerca de lo que somos capaces las
personas; pero lo que nos interesa de esta obra es que, a través
de ella, Hobbes culminó el trabajo de tanto autor anterior en el
sentido de llevar las premisas puestas por Ockham a sus últimas
consecuencias. Culminó, por cierto, la hipótesis sobre la cual tra-
bajaba la escuela del Iusnaturalismo racionalista. Hobbes fue un
maestro del método de esta escuela: af‌irmar un postulado, para
después deducir, según un método presuntamente matemático,
las leyes “naturales” por la cuales debía, sí o sí, regirse la libertad
humana.
EL LEVIATÁN
Como se ha señalado anteriormente, esta obra fue publicada una
vez que el autor volvió a Londres del exilio parisino. Sin duda,
su objetivo fue proveer de una base intelectual sólida a un orden
político que parecía haberse vuelto loco. Y esas bases tenían un
solo objetivo: explicar a los súbditos por qué tenían que obedecer
a quienes gobernaban, a pesar de que, según la teoría nomina-
lista, no había ningún orden natural entre las personas y, por lo
tanto, no existía ninguna relación de subordinación entre unas y
otras. Obviamente, Hobbes no creyó suf‌icientes los argumentos
de quienes predicaban el derecho divino de los reyes. Se requería
una base teórica mucho más amplia. Invocar como motivo que
entre Adán y Jacobo I había una ilación perfecta de manera que

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