Tradición y traición patrimonial: monumento, documento y muertes de don Pedro de Valdivia. - Núm. 33, Enero 2005 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56739156

Tradición y traición patrimonial: monumento, documento y muertes de don Pedro de Valdivia.

AutorCenteno Rogers, Mart
CargoEnsayo cr

[1] ¿Quién habla? ¿Quién escribe? Nos falta aún una sociología de la palabra. Lo que sabemos es que la palabra es un poder, y que, entre la corporación y la clase social, un grupo de hombres se define bastante bien por eso, por poseer, en grados diversos, el lenguaje de la nación".

(Roland Barthes, de "Écrivains y evrivants", en Ensayos Críticos)

Introducción

La conformación y construcción de los estados nacionales hispanoamericanos en el siglo XIX, marca el inicio de una autodefinición colectiva, realizada por/desde múltiples discursos "representativos" que se institucionalizan para permanecer en el tiempo como referencia y enciclopedia de la memoria social. Tal es el caso de emblemas como la bandera, los himnos, escudos; el marco legal-constitucional donde se prefigura un estado; o la historia y tradición que se percibe y recibe como herencia a defender, generando una base-superficie institucional donde se pueda enraizar una identificación nacional a plazo. Esta construcción no posee un espíritu comunitario. Más bien es la elite oligárquica de los albores republicanos, la que toma en este nivel las decisiones, que en muchos casos nos acompañan por siglos. Son ellos los que aspiran a rescatar la esencia del "pueblo" [2], con sus valores y motivaciones, esculpiéndola en el altar o sustrato patrio de una manera seudo mesiánica.

Dentro de los diversos elementos fundacionales, la tradición e historia, el pasado común, resulta fundamental para la edificación de una identidad nacional en Hispanoamérica, pues se deben enfrentar, relacionar unas con otras, estableciéndose identidades por oposición, las cuales finalmente serán el sustrato de los cortes político-administrativos que redefinen una identidad continental latinoamericana en identidades nacionales, superando cualquier homogénea heterogeneidad que pueda dificultar las divisones. La instauración de un pasado aún reciente es muy violenta, pues se instituyen elementos desde una realidad cercana y en pugna. De todos modos es fundamental para establecer relaciones de diferencia entre países cuyos rasgos lingüísticos, religiosos y raciales no oscilan lo suficiente como para permitir limites "naturales". El proceso de construcción, rescate y definición histórica es gradual. Van variando sus fuerzas con el paso del tiempo [3], hasta lograr generar un consentimiento y sometimiento a los discursos verticales sobre las verdades, glorias y hechos históricos. Esta herencia estará en constante proyección, en tanto memoria colectiva a la cual apelar, imponiéndose "(...) la idea de un patrimonio común, de un culto cuasi-romano de los ancestros, de un pasado heroico de glorias comunes" (Déotte: 1998: 23). La necesidad de políticas e instituciones del recuerdo, por parte de la nación, genera espacios de escenificación y representación, constituyéndose así verdaderos teatros de la memoria.

El presente trabajo revisa algunos de los elementos de estos espacios donde se despliega la construcción discursiva --devenida en tradición-- que opera en torno a la figura de Pedro de Valdivia. Esto, básicamente en dos planos: monumentos e historiografía, considerando ambos en una relación no independiente, sino más bien contaminada, como procesos que se retroalimentan desde sus respectivos espacios. Revisaré inicialmente los conceptos de documento, monumento y discurso histórico, desde una perspectiva teórica, poniéndolos luego en juego con los monumentos/documentos rememorativos del conquistador, para terminar con sus muertes. Como bisagra intercalo un breve comentario a sus cartas, en tanto funcionan --en cierta medida-- desde un valor documental.

Considerando como premisa que en estos procesos y espacios rememorativos (oficialices, no oficiales o contra-oficiales), están operando criterios de selección, reelaboración y reconfiguración de diversos materiales y fragmentos, no puedo sino señalar que el presente ejercicio no se encuentra exento de tal dinámica, por lo que más de alguien se sentirá, probablemente, traicionado.

Historia, monumento y documento.

"Mnemosina es la madre de la patria, pero esta memoria debe promover un culto previo al olvido." (Déotte, 1998: 27).

El rescate e invención de glorias pretéritas se vincula a una concepción evolutiva ilustrada que busca profundizar y conocer el pasado, en tanto cada detalle de esta totalidad fragmentaria resulta prioritario para entender el presente. Es imposible acercarse a un atisbo de ella. AIöis Riegl conmina a establecer criterios de selección que tomen aquellos testimonios relevantes para la historia, lo que implica un corte con un claro sesgo ideológico-cultural en directa consonancia con las políticas de memoria oficial de la nación. La argumentación acerca de la valoración y los méritos históricos de estos hechos en las lecturas posteriores resulta, ante la supuesta objetividad, discutible y arbitraria debido a la implícita o explícita (pero irrenunciable) subjetividad de la construcción y selección histórica, sumado a la contingencia política y social. La legalidad que rodea a los monumentos, se vincula intimamente con el culto a estos: los fomenta, enmarca y restaura, estableciendo mecanismos de poder que centralizan los criterios con el fin de que adquieran cada vez una mayor estabilidad. El "nosotros" que determina los valores rememorativos, es en realidad un nos-otros, los otros, que se impone amparado en la letra identitaria que preserva y fomenta el patrimonio cultural de la nación. Es la mirada de la elite ilustrada que obra por/para el bien común [4] (que más tarde se transformará en una defensa por el sentido común).

Dentro de las humanidades, el discurso histórico posee una validación argumental que se pretende científica y objetiva. Barthes (1994) distingue en este tipo de discurso rasgos particulares que lo caracterizan con respecto a los otros, contraponiéndolo directamente al "imaginario", guardando en relación a este una especie de garantía de realidad, dada por su racionalidad: se preocupará por dar la impresión de mantener la menor distancia con su referente, intentando --tras el estatuto que se confiere a sí mismo--, ser su referente: significar la realidad. Esta moderna concepción argumental, posee un fuerte desarrollo en el siglo XIX, donde el positivismo propicia los documentos, en tanto testimonios, como parte de la realidad asible, objetivable y razonable desde el logocentrismo. Necesidad del proyecto ilustrado de no negarse en sus fundamentos metodológicos, filosóficos y epistémicos. Esta aspiración queda descartada de inmediato, pues "como se puede ver, y sin tener necesidad de invocar la sustancia del contenido, el discurso histórico es esencialmente elaboración ideológica, o para ser más precisos, imaginación" (Barthes, 1994. 174), debido a que, como construcción argumental, opera según criterios de selección y vinculación arbitrarios: recobra ciertos episodios, de los cuales no se tiene más que archivos, huellas y acontecimientos fragmentarios desde donde se reconstruirán los sucesos, llenándose los vacíos desde lógicas propuestas para la ocasión. La institucionalización de la memoria promueve simultáneamente el olvido activo, que trataré más adelante). Por omisión se deja en las penumbras aquello que le es inútil en relación a su propia enunciación y fines, por más científicos que se pretendan. De todos modos, aunque exista cierto grado de conciencia del manejo realizado, este discurso anhela ser representativo operando en tres niveles: enunciación, enunciado y significación (Barthes, 1994), derivándose de aquí distintos modos, formas y tonos desde donde se ansía la legitimación veritativa. Esto implica y establece el ineludible sustrato ideológico [5] latente tras los mansos espacios oficiales.

Para poder inscribir y legitimar en alguna superficie los acontecimientos se hacen necesarios los procedimientos del tribunal: "(...) trabajo de pesquisa, identificación de objetos testimoniales, autentificación crítica, el registro, la comparecencia de las partes, la decisión, la ejecución, etc." (Déotte, 1998: 25), pero antes que todo esto, por sobre los procedimientos se halla la determinante figura del Juez. Su labor y la de la cultura sancionadora será, a través de los procedimientos antes mencionados, reconstruir, reunir y situar en la galería historiográfica los fragmentos comparecientes. El juez es el artífice que determina lo que será una verdad institucional, generando y validando los documentos necesarios para atestiguar una tradición.

Este trabajo reconstructivo relacional, se puede vincular con el museo --institución moderna por antonomasia-- pero considerado no solo como espacio-teatro, sino también como una extensión de su modus operandi: permite resumir y reunir diversos hechos y objetos, subordinados a una idea o discurso de tipo curatorial, transformándose en superficie de inscripción de los disímiles fragmentos recordables, en pos de determinados intereses (por muy altruistas que estos sean), otorgándole un sentido a elementos y conjuntos que no lo tienen: crea lazos y conexiones que establecen nuevas lógicas. Esto le sienta tremendamente bien a la modernidad, pues mantiene un orden hecho a la medida, conservando las apariencias. Con esta misma operación museal funciona la historiografía, las escuelas, los escudos, y cualquier elemento que se vincule con políticas oficiales --y verticales- del recuerdo.

Vale considerar que el error histórico como elemento constitutivo de la nación estaba ya asumido en 1882 por Renán en su conferencia ¿Qué es una nación?, dictada en la Sorbona. Esto hace que políticas patrimoniales de una cultura deseada, y una identidad en parte impuesta desde el ideario ilustrado [6] --en que los cadáveres del pasado rondan fantasmagóricamente los teatros de la memoria-, sean parte del juego.

Todo constructo de estas características debe dar cuenta de una referencia testimonial: aquí es donde se insertan los documentos. Del latín documentum derivado de...

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