Presentación del libro Metáforas de perversidad. Percepción y representación de lo femenino en el ámbito literario y artístico, de los editores Ángeles Mateo del Pino y Gregorio Rodríguez Herrera: ángel frente a demonio los personajes femeninos en la novela española de la domesticidad (s. XIX). - Núm. 36, Marzo 2006 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56845718

Presentación del libro Metáforas de perversidad. Percepción y representación de lo femenino en el ámbito literario y artístico, de los editores Ángeles Mateo del Pino y Gregorio Rodríguez Herrera: ángel frente a demonio los personajes femeninos en la novela española de la domesticidad (s. XIX).

AutorGalv
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Si hablamos de mujeres y excentricidad, centramos en la novela española de la domesticidad del siglo XIX plantea algunas dudas. Habida cuenta de que las novelistas implicadas confirman con su narrativa los valores oficiales de la familia y de la sociedad católica, la posible transgresión procede de la circunstancia de que estas escritoras, desde Fernán Caballero a las genuinas representantes de la novela doméstica, Á. Grassi, Sáez de Melgar o P. Sinués de Marco, tuvieron que transigir con ciertos principios que les permitieran el reconocimiento y la aceptación de los círculos académicos y de poder. No podía ser de otra manera, si pretendían escribir, publicar y acceder a un público concreto; esto es, el femenino. Como afirma Alda Blanco:

La producción textual de Sinués, Grassi y Sáez de Melgar no fue ni esporádica, ni unifacética, ni marginal; más bien cabe destacar que mantuvieron durante largos años una carrera literaria de mucho éxito, a la vez que intervinieron en el mundo literario como colaboradoras y editoras de revistas de mujeres y que, de hecho, pusieron de moda la tendencia novelística que Ferreras ha llamado "la novela moral y educativa". Estamos, pues, ante unas profesionales de la literatura (Blanco, 2001: 15).

Cabe destacar que el espacio que ocupan estas escritoras es complicado para la sociedad de mediados de siglo. Han de operar en un contexto en el que se les imponen restricciones y limitaciones para la escritura. Como continúa apuntando A. Blanco, la mujer se halla en

el paradójico espacio discursivo producto del ideario de la domesticidad: si, por una parte, es el eje de la esfera privada, por otro, le está vedado el espacio público. Es decir, que está simultáneamente en el centro y en el margen de la cultura. Esta posicionalidad contradictoriamente excéntrica sitúa a las mujeres en un ámbito que poco tiene que ver con el de la intelectualidad masculina, cuyos miembros son los únicos habitantes de la esfera pública y, por lo tanto, tienen la sola voz social legitima además del poder socio-cultural (Blanco, 2001: 74).

De este modo, la osadía de escribir, de traspasar los límites entre la esfera pública y la privada, les condujo a la justificación y a la necesidad de explicar el hecho de escribir. Así que aunque las escritoras asumían y defendían los valores de la domesticidad, el acto de escribir las convertía en inmorales y las desplazaba de la centralidad dominante.

En la novela española del siglo XIX, concretamente durante el período que va desde los años 50 a los años 70, se sitúa la producción narrativa de las escritoras objeto de este trabajo: Cecilia Böhl de Faber -Fernán Caballero (1796-1877)-, que comienza a publicar en los años 30 y 40, y Ángela Grassi y Techi (1823-1883). Tal y como la crítica (Blanco, 2001) ha apuntado, se advierte que la producción novelística habida en este arco cronológico no parece haber despertado la atención que sí ha concitado la novela escrita a partir de los años 70. Como se sabe, son los géneros preferidos en esta etapa la novela popular (Romero Tobar, 1976), el folletín o la novela por entregas, y la novela histórica, de costumbres o de tesis, patrones novelísticos que priman en la obra de nuestras autoras. Un aspecto relevante en este periodo histórico, asimismo, lo constituye el incremento de novelas escritas por mujeres (Ferreras, 1990; Simón Palmer, 1983; Zavala, 1998), con respecto a la etapa precedente y su notable participación en la vida editorial y literaria. Al respecto, Fernán Caballero habría de ser considerada, aparte de sus reconocidas tentativas en la iniciación de la estética realista, en el proceso de consolidación de la novela en la modernidad española y en ser la primera escritora en publicar un texto en la prensa romántica [1], la pionera (Montesinos, 1968: 20) en la composición de un tipo de novela que se verá amplificado en lo que la critica denomina el "canon isabelino" (Sánchez, 2000) o "narradoras de la domesticidad" (Blanco, 2001), categoría bajo la que se adscribe a su vez Ángela Grassi. Con estos sintagmas se alude a una serie de novelas centradas en la vida doméstica, en el rol de las protagonistas como madres, esposas e hijas, sujetas a unas claves ideológicas conservadoras de carácter moralizante al objeto de definir lo femenino para las clases medias. Serán las narrativas de la domesticidad, en palabras de Alda Blanco, "los modos discursivos en los cuales se generan las ficciones de género y clase para las mujeres de clases medias que se piensan a si mismas como las proveedoras y los árbitros de la moral" (Blanco, 2001: 23). Asimismo, el "canon isabelino" Sánchez Llama lo define de la siguiente manera: "bajo el término 'canon isabelino' consideramos prácticas culturales que privilegian el contenido virtuoso en la definición de la belleza estética fusionando una lectura conservadora y aristocrática del neoclasicismo con las propuestas más tradicionalistas del movimiento romántico" (Sánchez Llama, 2000: 65-66). La sociedad española de mitad del XIX estaba aún gestándose. En este sentido, en la conformación de la opinión pública [2] y de la nueva mentalidad burguesa la literatura se transmuta en una institución de primer orden, a la que le compete una función rectora en el ámbito social, que se discute con avidez en la prensa y en círculos de opinión del siglo XIX. Los discursos de la domesticidad funcionan como resortes generadores de la cultura burguesa decimonónica. Estas cuestiones nos interesan en la medida en que la discusión sobre la legitimidad de la novela; la validez moral de sus contenidos -piénsese en los discursos de Cándido Nocedal (Blanco, 2001)- o la repetida cuestión del efecto y la influencia del género en el público y en la sociedad tocan de lleno a la actividad literaria de las cada vez más numerosas escritoras que se incorporan al panorama literario durante el Romanticismo y el Realismo en España. Por ello se torna imprescindible para entender en toda su dimensión la novela de este periodo el análisis de la relación de la escritura con la esfera pública, la relación con la prensa, con los debates en torno a la validez o invalidez de la escritura femenina, del tipo de lecturas que las mujeres han de acometer o el tipo de educación proyectada para ellas a través de la literatura, cuestión esta última que nuestras escritoras convierten en ejes vertebrales de sus novelas y relatos.

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Con respecto a Fernán Caballero, la crítica (Caldera, 1998; Cantos Casenave, 1999; Fernández Poza - García Pazos, 1998; G. Gullón 1976; Herrero; Klibbe, 1973; Montesinos, 1955; Palma, 1931; Sebold, 1998) ha enjuiciado su obra narrativa, novelas, cuentos y relatos cortos, como aportaciones señeras de la literatura costumbrista, por la relación intertextual con el folklore, amén de ser reputada una de sus obras más conocidas, La Gaviota (1849), la novela que inicia la renovación del género a lo largo de la centuria y da los primeros pasos en la estética realista (González Ruiz, 1928; González Troyano, 1998)). Fernán Caballero se propone en su obra la observación minuciosa de la realidad contemporánea y la acción escudriñadora de retratar la España de su tiempo ante la amenaza de la disolución de las esencias de la identidad nacional por los riesgos que entraña el progreso y la inevitable modernización del país. Al respecto, la crítica ha enfatizado su adscripción, y subsiguiente proyección en toda su obra, a su ideología conservadora, neocatólica y españolista (Carnero: 1978; Flitter, 1995), contraria a los ideales políticos de signo liberal [3]. Conocidos son sus criterios literarios de escribir una auténtica novela española, que retrate la verdad sin esfuerzos imaginativos. Para lo cual sólo es necesario recopilar y copiar del natural [4]. Quiere "poetizar la verdad" (Caldera, 1988) en palabras suyas y a ese objetivo supedita sus propuestas estéticas. Según declara en el tantas veces citado prólogo (Castillo, 1978) de La Gaviota:

Y en verdad, no nos hemos propuesto componer una novela, sino dar una idea exacta, verdadera y genuina de España, y especialmente del estado actual de su sociedad, del modo de opinar de sus habitantes, de su índole, aficiones y costumbres. Escribimos un ensayo sobre la vida intima del pueblo español, su lenguaje, creencias, cuentos y tradiciones. La parte que pudiera llamarse novela sirve de marco a este vasto cuadro, que no hemos hecho más que bosquejar (Prólogo a La Gaviota, 123).

En lo que se refiere a la defensa de la virtud en sus novelas, obvio es que a un credo ideológico y político de raigambre absolutista y católico como el que suscribe la autora, y que tan bien ha estudiado G. Carnero (1978), entre otros, le correspondan unas...

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