La ley de residencia de 1918 y la persecución a los extranjeros subversivos - Núm. 10, Julio 2013 - Revista de Derechos Fundamentales - Libros y Revistas - VLEX 505554466

La ley de residencia de 1918 y la persecución a los extranjeros subversivos

AutorCamilo Plaza Armijo/Víctor Muñoz Cortés
CargoLicenciado en Historia/Licenciado en Historia
Páginas107-136

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El 7 de enero del 2010 el entonces Ministro del Interior Patricio Rosende firmó la orden de expulsión del ciudadano vasco Asel Luzarraga Zarrabeittia, hecho que se consumó finalmente en septiembre de ese mismo año. Se apelaba al Decreto Ley n°1094 de 1975 que limita la permanencia en el país de extranjeros que infringiesen la Constitución y/o propagasen doctrinas que atentasen contra la Seguridad Interior del Estado. Se le acusó de tenencia ilegal de armas y explosivos, cuestión que el afectado descarta denunciando un montaje y señalando que se trata más bien de un caso de persecución política, dada su trayectoria pública como escritor y músico anarquista3. Su identificación con las demandas del pueblo mapuche, así como su residencia en Padre Las Casas, Región de La Araucanía, habrían sido agravantes en ese sentido. Asel vive actualmente en Buenos Aires y no puede ingresar al país4. Más allá de los testimonios judiciales en contra o a favor de Luzarraga, su experiencia reclama la refiexión en torno al papel de las disputas políticas en la configuración de la legislación chilena. Su caso no es del todo exótico, puesto que hubo varios en el pasado y algunos nuevos se han registrado en nuestros días. A continuación desarrollaremos un análisis de la Ley de Residencia de 1918, la primera en su tipo, y antecedente directo de la Ley de Extranjería de 1975, vigente hasta la actualidad. Se pondrá especial énfasis en los factores políticos que incidieron en su dictación, comenzando por la configuración histórica del imaginario en torno al llamado “agitador extranjero”. Proceso vital a nuestro juicio, para en-tender la emergencia de las mencionadas disposiciones legales.

La inmigración en Chile ha sido un proceso cambiante en ritmo y significado. Durante el siglo XIX, tanto la “utopía agraria” como el “mito del progreso” transformaron al inmigrante –proveniente de Europa del norte– en el sujeto predilecto y fundamental para sacar a Chile del atraso y llevarlo por la senda de la civilización. La colonización alemana de las provincias de Valdivia y Llanquihue da cuenta de

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ello. No obstante, Chile –a diferencia de Argentina y Brasil– no fue un país receptor que lograse atraer una cantidad significativa de migrantes del viejo mundo. Por cierto, con el advenimiento del siglo XX las fronteras terrestres y marítimas empezaron a ver la llegada de los otros europeos, no aquellos de las “razas industriosas”, sino latinos: españoles, italianos, franceses5.

Paralelo a ello la sociedad chilena comenzó a vivir una serie de cambios que se engloban usualmente en la llamada “cuestión social”, transformaciones dramáticas generadas principalmente por la inserción del país en la economía capitalista mundial, y que tuvieron como principales consecuencias el crecimiento de los centros urbanos, la proliferación de problemas sanitarios propios de ciudades que no estaban preparadas para sufrir grandes alteraciones, el aumento de la criminalidad, y finalmente, la politización de los sectores populares (a la par también con el surgimiento de una clase media), que en los centros urbanos y mineros comenzaron a adquirir un perfil y una identidad propias que se proyectaron como amenaza para la oligarquía dominante. El ideal de progreso y civilización que acuñaron las elites se vio seriamente cuestionado y la crisis social se hizo sentir con una serie de trágicos episodios, tales como las tristemente célebres matanzas de obreros en los primeros años del siglo XX: Valparaíso, 1903; Santiago, 1905; Antofagasta, 1906 e Iquique, 19076.

De la mano de la represión, algunos sectores de la clase dominante comenzaron a buscar explicaciones para dar cuenta del aumento de la conflictividad social y de la creciente organización sindical de la cual los sectores populares comenzaron a echar mano para sortear y combatir las precarias condiciones que la vida como asalariados les deparaba7. Interpretaron que el roto, anteriormente taciturno, trabajador, obediente, ganador de batallas, comenzó a “responder” y a volverse levantisco, ¿cómo era esto posible? Varias explicaciones aparecieron, una

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de ellas, la más recurrente, apuntaba a la llegada de extranjeros con “ideas disolventes”, “anarquistas”, “maximalistas”, “revolucionarias”. Ellos serían los principales responsables del quiebre de la armonía social. Junto con mantener la respuesta violenta ante los movimientos de protesta, se hizo necesario entonces revisar las condiciones legales y los límites de los mecanismos estatales que estaban posibilitando la llegada de estos extranjeros indeseados.

Nuestra hipótesis afirma que la inmigración extranjera, pese a su poca significación numérica, generó un efecto amplificado de temor en la clase dominante, que constantemente buscó y creyó ver en los episodios de protesta popular la mano de agentes extranjeros como orquestadores del desorden. En lo concreto, esta preocupación significó el desarrollo de un aparato jurídico y policial que tuvo como eje central el problema de la llegada de sujetos e ideas definidas como subversivas.

La figura del extranjero subversivo sirvió como elemento políticoexplicativo en el sentido de que posibilitaba “exiliar” de la discusión sobre los efectos de la cuestión social las causas materiales que estaban generando el descontento, evitando así someter a crítica las condiciones internas que se hallaban tras de él. Así, en el fondo, se prevenía de eventuales cuestionamientos a la inserción del país en la economía capitalista y el progreso de esta lograba presentarse como una opción beneficiosa y carente de contradicciones internas.

El proceso migratorio que vivió Chile durante el siglo XIX y parte del XX puede ser abordado desde distintas aristas, sea elaborando cuadros estadísticos de fiujos migratorios (según año, sexo, edad, etc.), o analizando su presencia en términos económicos, culturales, políticos, por solo nombrar algunas de las numerosas áreas que el tema ofrece. En específico, daremos cuenta del problema de la llegada tanto de militantes como de propagandistas adscritos a la corriente socialista y anarquista. Este trabajo considerará al fenómeno migratorio desde el punto de vista de sus representaciones y de cómo aquellas se insertaron en la cultura de la clase dominante y se concretizaron luego en medidas legales y policiales (las dos principales herramientas con las que dicha clase hizo frente a sus problemas).

Antes de comenzar, hay que precisar que en el período que abordaremos, los conceptos de “anarquista”, “ajitador”, “maximalista”, “comunista”, “subversivo” o “terrorista”, tienden a ser usados por la élite como sinónimos. Socialistas y anarquistas –por distanciados que estuviesen en la práctica– conformaban una clase de sujeto tipificado

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como enemigo radical del orden moral, económico y político del país. Dentro de la diversidad en los inicios de la movimientalidad popular de comienzos del siglo veinte, sin lugar a dudas el anarquismo fue la presencia que pareció la más amenazante8.

La pléyade de sinónimos que habitaron los temores de la clase dominante son parte de una cultura particular, en palabras de Luis Alberto Romero, de “un conjunto amplio de representaciones simbólicas, de valores, actitudes, opiniones, habitualmente fragmentarios, heterogéneos, incoherentes quizá, y junto con ellos, los procesos sociales de su producción, circulación y consumo, cuya consideración permite superar la idea tradicional de las representaciones como > y las ubica en su doble carácter de constituyente del proceso social y constituidas por él”9. El componente principal de esta configuración cultural, siguiendo al mismo autor, fue el miedo o la “mirada aterrorizada” con la cual esta clase entendió a los sectores populares urbanos, siendo aquellos depositarios de la barbarie, de los vicios, etc.10.

En el proyecto de construcción de una nación civilizada, la migración tuvo un rol central como catalizadora del proceso de modernización del país. Los brazos del peón chileno, del “roto”, no estaban a la altura de la gesta. Se configuró así lo que Carmen Norambuena conceptualiza como la “ideología de la inmigración”, que se manifiesta a través de la “utopía agraria” y el “mito del progreso”, en donde el migrante noreuropeo era el protagonista indiscutido, tanto para poblar los “deshabitados” campos del sur, como para contribuir al desarrollo industrial con conocimiento técnico. La llegada de europeos (de Europa occidental, cabe señalar), en suma, fue un acontecimiento deseado y promovido, con mayor o menor ahínco, dependiendo de si el inmigrante era alemán, o francés, suizo o italiano11. No será sino hasta el siglo XX cuando la llegada de extranjeros comenzará a cambiar

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su perfil; aparecerán los “indeseados” y la “ideología de la inmigración” dará cabida a una contradicción interna en su seno: los extranjeros europeos podían también ser peligrosos, podían también ser delincuentes, podían –más grave aún– portar ideas revolucionarias. De la mano, la “racialización” del problema migratorio recibió un refuerzo en sus prejuicios al constatar que las “razas latinas” (españoles, portugueses, italianos y franceses, sin dejar de lado la posterior irrupción en el escenario mundial de Rusia y la revolución) fueron quienes recibieron con mayor entusiasmo los postulados del socialismo revolucionario, como se puede comprobar con la serie de atentados que dieron la bienvenida al cambio de siglo. Aquellos pueblos que no eran aptos para colonizar el país, eran ahora amenazas directas del orden y la paz interna.

El problema del “ajitador extranjero” pasó a ser la principal preocupación de la clase dominante: el anarquista, el magnicidio, el bombazo devinieron en aspectos constituyentes del problema de la inmigración. La representación de un sujeto amenazante se alimentará tanto de las noticias externas como de la creciente politización popular...

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