La tela de La arana de Clarice Lispector. - Núm. 42, Marzo 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634504005

La tela de La arana de Clarice Lispector.

AutorSánchez, Rebeca

"Adviertes de golpe el origen de mis sufrimientos, porque esta lengua los atraviesa de lado a lado, y el lugar de mis pasiones, mis deseos, mis plegarias, la vocación de mis esperanzas."

Jacques Derrida: El monolinqüismo del otro.

"Una voz de mujer llegó hasta mí desde muy lejos, como una voz de ciudad natal, me brindó conocimientos que antaño tuve, conocimientos íntimos, ingenuos, y sabios, antiguos y nuevos como el color amarillo y violeta de fresias reencontrado"

Hélène Cixous: Vivir la naranja.

Escribo este trabajo porque hasta mis dedos piden escribirlo. Aquí un cuerpo se vuelve a su propia reflexión a partir de lo que lee de sí mismo en otros lugares ("Escríbete: es necesario que tu cuerpo se deje oír" [1]). Harold Bloom dijo que el poeta fuerte sólo se lee a sí mismo en los textos de otros, y que es fuerte en tanto es parricida y elimina las huellas de sus progenitores en su escritura. Yo no me involucraré en esos crímenes. Seré una araña cleptoparásita y lo afirmo as[ desde el comienzo: robo o más bien tomo prestado; y parasito, me alimento, sí, con cierta violencia, pero mezclada también con mucho amor.

El problema que se abordará acá no me toca exclusivamente a mí, pero también es mío. Es un problema que he ido pensando y solucionando a partir de ciertas experiencias, muchas de las cuales han pasado por la lectura de textos iluminadores. Lo central acá es la expresión femenina, su condición arácnida y sus posibilidades en relación a la escritura de una novela precisa: La araña, de la maravillosa Clarice Lispector. Se buscará, en primer término, ver el problema de la escritura femenina en relación con el lugar que ocupa frente a las otras escrituras y, luego, cómo se expresa en la novela. Ese será el tránsito: desde la araña, el artrópodo tejedor de ocho extremidades, hacia la voz narrativa de la novela de Lispector y Virginia, la protagonista.

Aracné

De pronto un día captó mi atención una araña que, suspendida desde el cielo de la habitación, tejía su red. Sus dotes me llenaron de asombro cuando comprendí que este ser era escribiente: tejido y texto comparten su raíz etimológica; y sorprende pensar que sólo los humanos y estos seres puedan llevar a cabo esta labor.

Pero, comencemos desde el origen, el mito:

Vivía en Lidia una doncella llamada Aracné, que había adquirido una gran reputación en el arte de tejer: las tapicerías que creaba eran tan bellas, que las ninfas de la campiña circundante acudían a admirarlas. Su habilidad llevó a que la pensaran discípula de Atenea - diosa de la sabiduria; guerrera; y protectora del arte de tejer -, pero ella no quería deber su talento nada más que a sí misma, así que desafió a la diosa. Ésta se le apareció, primero, en la figura de una anciana, limitándose a advertirla y aconsejarle más modestia, sin lo cual debía temer el enojo de Palas. Aracné no hizo caso y le respondió con insultos. Entonces la divinidad se descubrió y la competición comenzó. Atenea representó en su tapiz a los doce dioses del Olimpo en toda su majestad y, para advertir a su rival, añadió en las cuatro esquinas una representación de cuatro episodios que mostraban la derrota de los humanos que osaban desafiar a los inmortales. Por su parte, Aracné trazó en su tela la representación de los olímpicos que persiguieron el amor de los mortales, como los de Zeus con Europa y Danae. Su labor era tan perfecta que Palas Atenea, airada, rompió el tapiz y golpeó con su lanzadera a su rival. Sintiéndose ultrajada, presa de desesperación, Aracné rápidamente tendió una cuerda y de ahorcó. Pero Atenea no dejó que muriera y la transformó en araña, para que eternamente siguiera hilando y tejiendo en los rincones. [2]

Los mitos se constituyen como textos que expresan un discurso monológico, que pretenden ser portadores de una verdad. Así, Palas seda la diosa que castigaría de modo ejemplar la hybris de Aracné. Pero esa lectura se cierra en el tópico del castigo a la soberbia de los mortales, y deja fuera del análisis una serie de factores que resulta preciso considerar.

Leamos con cuidado: "En el límite el mundo del 'ser' puede funcionar excluyendo a la madre" [3], como se puede ver claramente en el origen de Atenea, nacida de la cabeza del padre Zeus. Será ella una de esas figuras femeninas siempre virginales a las que "les han colonizado el cuerpo del que no se atreven a gozar"; formará parte de "las ejecutoras del viril trabajo" [4], al constituirse como estandarte de valores e instituciones que canónicamente se han asociado a la masculinidad: cultura, racionalidad, guerra. Portadora de la égida, atributo que le otorga Zeus; escoltada siempre por un búho y llamada "la de los glaucos ojos", su sentido más destacado es la visión, el más racional. Atenea es icono del falo-logocentrismo: ella ejerce un poder que desciende del padre y que la obliga a velar por el cumplimiento de esa ley patriarcal, que tiene al mundo "dividido en dos, jerarquizado, y que mantiene este reparto mediante la violencia" [5]. Como portadora de ese discurso, buscará imponer su ley sobre Aracné, la orgullosa y rebelde que se aparta de su mandato, consiguiendo, a través de la violencia, la subordinación de su rival.

Aracné es la tejedora subversiva, que se distancia del discurso hegemónico, lo rechaza y buscará la muerte antes de dejarse aplastar, a diferencia de Penélope (tejedora canónica) fiel a Odiseo, quien la domina incluso en la ausencia. Atenea la rebaja a la calidad de un mero bicho, pero le permite seguir tejiendo. Se produce así la "subordinación de lo femenino al orden masculino que aparece como la condición del funcionamiento de la máquina" [6].

La araña y su tejido se sitúan, de este modo, en el espacio periférico y marginal de la cultura. El hombre y la mujer que adscriben a la ley del padre estarán del lado de la luz, mientras Aracné estará en la sombra, "en la sombra que él proyecta en ella, que ella es" [7]. Atenea la convierte en lo otro, lo ajeno a esa cultura que sustenta. Como explica Simone de Beauvoir: "Lo Otro al definirse como Otro, no define lo Uno, sino que es planteado como lo Otro por lo Uno cuando se plantea como Uno. Pero para que no se produzca una media vuelta de lo Otro a lo Uno es necesario que se someta a ese punto de vista extraño" [8]. Una vez araña, Aracne será siempre "invisible, extraña, secreta, impenetrable, misteriosa, negra, prohibida" [9].

Aracne será la mujer en la escritura, la mujer al tomar la palabra en un "lenguaje cuya generalidad asume un valor en cierta forma estructural, universal, trascendental u ontológico" [10], que la hará rehén de esa lengua en tanto no expresa su subjetividad, su unicidad: la "subjetividad femenina parece no tener un lugar para manifestarse y configurarse como la expresión de un sujeto diferenciado y no solo empírico" [11].

Patrizia Violi afirma que "El orden patriarcal y su lenguaje son el producto de la subjetividad masculina, que se ha legitimado asumiendo la forma de la objetividad, de la verdad, sin aceptar críticas o preguntas" [12]. Pero Derridá hace notar muy astutamente que "el amo no es nada", en tanto "la lengua no es su bien natural, por eso mismo, históricamente puede, a través de la violación de una usurpación cultural - vale decir, siempre de esencia colonial -, fingir que se apropia de ella para imponerla como...

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