Viajar hacia el Fin del Mundo, segun Jean Raspail y Luis Sepulveda. - Núm. 41, Enero 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634501289

Viajar hacia el Fin del Mundo, segun Jean Raspail y Luis Sepulveda.

Autord'Humières, Catherine

Recorrido personal y representación mítica

La fe en la existencia de una tierra desconocida, situada más allá de los límites del Ecumene --la parte habitable y habitada de la tierra-- alimentó mitos muy antiguos y ha permitido su desarrollo hasta nuestra época. Hoy día, se siguen asociando los grandes viajes a los textos fundadores que son La Odisea, Los Argonautas, o La Eneida, porque son mitos que conjugan el afán humano de ampliar su saber y sus conocimientos con el de superar los límites geográficos e individuales. Cierto es que cada época, cada pueblo tiene sus propios límites, su propio Finis Terrae. En el siglo XIX, por ejemplo, la gran emigración hacia el extremo oeste de Norteamérica perseguía un sueño de riqueza material, continuación de la búsqueda del mítico Eldorado emprendida en el siglo XVI, con la conquista de América. Antes, durante la Edad Media, una multitud de peregrinos afluyó de toda Europa a Santiago de Compostela para venerar las reliquias del santo, pero antes de emprender el viaje de regreso tenían que ir hacia la costa atlántica, cerca del cabo Finisterre : allí se alcanzaba la plena realización del ideal místico que representaba el viaje a los confines occidentales de la tierra. Hoy es El Cabo de Hornos el que desempeña el papel de Finis Terrae, el de las Columnas de Hércules durante la Antiguedad, de la costa atlántica durante el Medioevo o de las islas septentrionales de San Brandán. Representa, de momento, los confines del Ecumene, sus inmensos peligros y la posibilidad de una realización individual. Los relatos que estudiaremos fueron escritos por dos autores que emprendieron un viaje hacia el extremo sur de América, meditando sobre el paso del tiempo, el curso de la Historia, los peligros que van amenazando nuestro planeta, y la importancia de preservar la capacidad de soñar que caracteriza al hombre. Examinaremos la visión que ofrecen estos escritores de su viaje hacia la Tierra del Fuego, y su recorrido, tan espacial como mental, hasta el Fin del Mundo, porque estas dos rutas paralelas permiten poner de relieve algunos elementos míticos siempre presentes, y siempre fecundos.

Dos escritores viajeros

Estos dos escritores son el francés Jean Raspail y el chileno Luis Sepúlveda. Tiempo y espacio los separan : el primero nació en 1925, en Francia y el segundo en 1949, en Chile. Además tienen posturas ideológicas totalmente opuestas : Raspail nunca dejó de reivindicar su ideal de restauración monárquica para salvar Francia de una decadencia irremediable ; Sepúlveda fue encarcelado por el régimen de Pinochet durante dos años y medio por su compromiso comunista y cuando decidió instalarse en España, eligió la ciudad de Gijón por su gran tradición de lucha política. A pesar de esas diferencias fundamentales, sus obras ofrecen algunos puntos comunes, por lo menos en lo que se refiere a nuestro tema. Ambos reconocen que sus lecturas de niños -- Melville, Salgari, Verne-- o de adultos --Coloane, Chatwin, Emperaire-- influyeron mucho en su pasión por los viajes. Ambos son trotamundos impenitentes y tienen una visión bastante pesimista de la evolución de nuestro mundo. Y, por encima, ambos son novelistas y utilizan su experiencia de viajero para alimentar sus ficciones.

Jean Raspail empezó a viajar por América en 1948, un año antes del nacimiento de Luis Sepúlveda. En 1951 emprendió una expedición transamericana Tierra del Fuego-Alaska, en coche. Fue su primer contacto con la Patagonia. Volvió luego para recorrer el Estrecho de Magallanes y sus canales con un barco de vigilancia chileno basado en Punta Arenas, lo que le proporcionó la oportunidad de ver a uno de los últimos alacalufes : "Algunos metros y algunos miles de años me separaban de este superviviente de la prehistoria." [1] Eso fue el origen de la novela Qui se souvient des hommes ? que evoca la historia de los últimos indios de la Tierra del Fuego hasta su extinción completa por anemia, tristeza y profunda desesperación frente a la emergencia de un universo cuyas reglas no podían asimilar. Para este estudio, utilizaremos un libro publicado en 2001 y titulado Adiós, Tierra del Fuego [2], en el que el autor evoca los mismos sitios que recorrió cuarenta y ocho años antes.

En cuanto a Luis Sepúlveda decidió muy joven ser viajero. La influencia conjunta de sus lecturas y de su familia hizo que desde niño empezara a soñar con aventuras fuera del ámbito cotidiano. En el segundo capítulo de Mundo del fin del mundo [3], el autor evidencia esta doble influencia : "Mi tío Pepe, más heredero del carácter indómito de mi abuela vasca que del pesimismo de mi abuelo andaluz [...] no cesaba de repetirme la necesidad de descubrir el camino y echarse a andar" (M: 15) y, más lejos, añade : "tenía catorce años cuando leí [Moby Dick, de Herman Melville] y dieciséis cuando no pude resistirme más a la llamada del sur" (M: 16). En su relato mezcla la evocación de su primer viaje con el relato de una expedición, veinticuatro años después, bajo los auspicios de Greenpeace para rescatar un grupo de ballenas australes amenazadas por un barco factoría japonés ilegal. Al mismo tiempo va explicando los motivos de su compromiso ecológico y de su preocupación por salvar los últimos reductos de vida salvaje del planeta. Tal compromiso aparece en la mayoría de sus obras : la novela que lo dio a conocer fue El viejo que leía novelas de amor, ambientada en la selva amazónica, que ya hablaba del respeto debido a la naturaleza y a todos los seres que la habitan, y denunciaba los estragos cometidos por la ignorancia de los hombres y el profundo materialismo de la sociedad moderna. Para este estudio...

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