La canalla sentimental. - Núm. 47, Junio 2008 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 68429982

La canalla sentimental.

AutorGordillo, Emilio

A Liliana Bravo. Santiago. 26 de Marzo 2004/Diciembre 2007.

La canalla sentimental, que ya no es la derecha sino la izquierda, y que lo que pide a sus intelectuales es soma, lo mismo precisamente que recibe de sus amos. Roberto Bolaño.

  1. El viejo estaba sentado en una banca desteñida de Plaza Congreso. Sobre su hombro envuelto en una chaqueta de corduroy se recortaba la cúpula musgosa de la vieja y abandonada confitería El Molino, la misma donde Borges tomara el té, la misma que Arlt narrara como foco del primer golpe de estado argentino.

    Parecía que en cualquier momento se echaría a llorar, el viejo, o que entre carcajadas saldría espantando a las hordas de palomas que junto a los vagabundos se toman, como una casa a la vez expuesta, a la vez secreta, aquella larga plaza del centro de Buenos Aires.

    Ni esperaba ni iba a ningún lugar. Creo que por ello reparé en él. Esa especie de felicidad estática e inexpresiva de quienes ya no pierden, la carencia de gestos humanos que con el tiempo nos arrastra al borde más filoso del abismo de lo humano y que, aún así, continúa siendo, quizá, el último espacio de lo humano. Me acerqué fuera de su rango de visión y me senté en la banca que daba a su espalda, como si nos encontráramos en un mundo paralelo e inverso en donde la gente se acaricia y se saluda chocando los omóplatos. A ratos me volteaba a verlo. Se rascaba la cabeza y dejaba una carpeta sobre la madera, un archivo amarillo que contrastaba con la pintura verde oscuro y gastada de la bancas.

    El ruido del tráfico era insoportable. Mediodía.

    De pronto llegó otro tipo más joven, gordo y desdentado y con un vaso de café que dejaba una película de humo sobre la mañana fría. Vestía elegante, traje de sastre, corbata y cabello engominado. Se sentó junto al hombre y se quedó mudo durante un minuto interminable. A sus espaldas las separaba un agujero negro hecho de modas y décadas. El tipo pidió disculpas y calló largamente. Desde mi perspectiva parecían mirar a un punto muerto o algo perdido entre los movimientos hipnóticos de un oleaje ausente. Casi me hicieron pensar que aquel tráfico infernal del centro emulaba el fondo de una gigantografia turística. Disculpame, repitió con un hilo de voz, cosa rara en un porteño emplazado entre el ruido infernal del centro de Capital. Yo intenté, siguió, pero la línea editorial ... desde que cambiamos de edificio la cosa se viene brava, viste. Quizá en un par de meses, cómo sabés, le dijo al hombre anacrónico y pareció querer acariciarle el lomo del corduroy gastado. No jodas, se oyó. Fueron las primeras palabras que le oí y, ahora que lo pienso bien, es como si en todos estos años no hubiera dejado de escucharlas, las mismas palabras entre otros sonidos, pero siempre un solo bloque misterioso cuyo significado no sé explicar.

    No sé si quiero esperar un mes más, dijo el viejo con una tonalidad infinitamente inexpresiva. Y no necesitás mentirme, continuó, no es que la cosa se puso brava para ustedes, la cosa se puso brava solo para mi. El gordo dio un sorbo al café y se quedó fijo en una paloma que se salía constantemente de la bandada. Yo soy tu amigo, sabés, dijo como paralizado el gordo, yo creo en tu reportaje pero aún no es momento. Mirame, interrumpió el viejo, estoy cansado, no me sirven tus explicaciones, ¿entendés?, ¿sabés lo que es estar cansado, gordo? Vos no sabés lo que es estar cansado, dijo y su cabeza se sumergió entre los hombros perdiéndose de vista. El gordo calló largamente otra a vez. Se sacudió el vestón de un modo extrañísimo, como el espasmo de un avestruz inmensa y dijo está bien, Arnaldo, girando su perfil hacia la izquierda y abajo, regalándome su costado redondo, contame una vez más, necesito tenerla bien fresca para intentar convencer al editor. Arnaldo le palmeó la espalda con un aire cínico o torpe. Gordo, le dijo poniéndole la carpeta amarilla frente a los ojos, si está todo aquí. Partí, Arnaldo, respondió el gordo. Está bien, gordo, dijo Arnaldo Picka con una resignación alegre, escuchame bien: Guevara es el héroe en una novela de formación.

  2. No tengo fotos nuestras. Creo que jamás nos tomamos siquiera una. Pero existe una imagen que me permite hacerlos flotar alrededor mío y olerlos como a un viento fresco y risible, pues la foto que me evoca sus cuerpos es tan absurda como el hecho de mi recuerdo a manos suyas. O tal vez sea al revés. De todos modos, lo importante no son estas divagaciones sino el pedazo de papel infame, escena digna de un circo que se nos parece tanto, a pesar de su distancia temporal y espacial, de la foto, de ustedes, o a la falta de un contexto que nos vincule a ella: Benigno abrazando a Rodríguez, posando en una playa de Miami con el fin de promover la paz entre los cubanos.

    Fuera de la imagen, de la foto en la página de este antiguo periódico, alrededor de su marco, abismado y hecho de aire, aparentemente lejos de la sombra que dan esas palmeras bajo los hombres abrazados, acá, en el litoral nublado de Chile, los lobos se elongan pausadamente bajo la bóveda sanguínea del atardecer. Luego se contraen en gestos llenos de algo similar al sentido del ridículo. Parecen la representación más certera de la pereza y algo se suma a la sensación que esa extraña foto me da de ustedes y, en resumidas cuentas, de nuestra juventud. Giran envueltos en un compás discontinuo, primero a la derecha, luego a la izquierda, los lobos, su perfil redondo tiene un aire demasiado familiar. Tal y como lo auguraste aquella vez, han alcanzado el camino, la senda, arrastrándose de una década a otra, rodando sobre asperezas cruzaron los roqueríos de la costanera y, ahora, sucios, como un hálito avinagrado y ácido, obstruyen el paso a todo humano que desee llegar hasta el belvedere. Su obstinación se parece demasiado a nuestros litigios secretos, a sus palabras de entonces y mis eternos oídos tercos.

  3. Guevara, héroe de novela de formación. Ese es el título. Va a ser el título.

    Tardaron alrededor de treinta años en hallar sus restos. Se encontraron en una pista de aterrizaje. Pero una pista de aterrizaje puede usarse perfectamente para despegar. ¿Por qué les llamaran solo pistas de aterrizaje? Esto lo supe cuando llegué hasta un poblado lejano en Paraguay, el nombre del informante es anónimo, solo accedió a dar testimonio con esa...

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