Escribir la historia de los sectores populares. ?Con o sin la politica incluida?. A proposito de dos miradas a la historia social (Chile, siglo XIX). - Núm. 41, Enero 2007 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 634501241

Escribir la historia de los sectores populares. ?Con o sin la politica incluida?. A proposito de dos miradas a la historia social (Chile, siglo XIX).

AutorGrez Toso, Sergio

Introducción

las formas de reconstruir y escribir la historia pueden ser tan variadas como lo son intelectual y personalmente los historiadores. Aún dentro de lo que se considera una misma escuela o corriente historiográfica suelen presentarse diferencias substantivas en la forma de abordar temáticas cercanas o similares. En el presente artículo expondré de manera concisa dos entradas distintas al estudio de los sectores populares chilenos del siglo XIX. Para ello tomaré como base el libro de Gabriel Salazar Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis de la sociedad popular chilena del siglo XIX[1], y mi propia obra, De la "regeneración del pueblo" ala huelga general. Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890) [2]. No reseñaré estos textos ni daré cuenta de todos sus aspectos. Sólo me centraré en la relación entre la historia social y la política que explícita o implícitamente aparece en ambos libros a fin de responder a la interrogante: ¿cómo escribir la historia de los sectores populares? Más precisamente: ¿con o sin la política incluida? Complementariamente me referiré a otros escritos que pueden servir para aclarar más las posiciones.

La historiografía "marxista clásica" chilena y su relación con la política

La "revolución historiográfica" de los Anales franceses tuvo un eco universal en la disciplina de la historia, ampliando de manera muy positiva su campo de observación. Pero la lucha contra la vieja historia (narrativa, episódica y estrechamente "política") emprendida por esta nueva Escuela engendró una historia esencialmente estructuralista, centrada en factores de muy larga duración como la geografía, el clima y las mentalidades (esas "prisiones de larga duración" según la definición de Fernand Braudel), que no cambian o que cambian muy lentamente. Bajo estos poderosos influjos, la historiografía pasó casi sin contrapeso de las personas a las estructuras; de las voluntades y conciencias a los factores determinantes; de lo superficial, agitado, móvil, consciente y apasionado, a lo profundo, a los cauces de lentas aguas subterráneas, frente a los cuales casi no cuentan las voluntades y las acciones de los individuos. La historiografía se enriqueció con la incorporación de la economía, las mentalidades, la demografía, las estructuras y clases sociales. Pero también se empobreció, especialmente durante la segunda generación de la Escuela de los Anales, aquella que encabezó Braudel, porque se hizo apolítica, pesada, lenta (a veces lentísima), ajena a las voluntades de los actores sociales, a sus pasiones, anhelos, reflexiones y luchas. La historia tendió a prescindir de los sujetos y la política -considerada como movimiento de aguas superficiales- pasó a segundo o a tercer plano. O como diría Jacques Le Goff, al referirse a la principal obra de Braudel, la política pasó de ser la "espina dorsal" de la historia a simple apéndice atrofiado[3].

En convergencia con la influencia de la Escuela de los Anales, el marxismo estructuralista (de exagerado énfasis en los modos y relaciones de producción) consideró la política como una mera superestructura en contraste con la gran importancia que le dio Marx en sus trabajos históricos[4].

El desprecio por la historia política quedó sellado por este doble movimiento de tenazas estructuralistas.

Sin embargo, desde fines de la década de 1970, en las filas de la "tercera generación" de la propia Escuela de los Anales empezó a producirse una triple reacción, expresada -según Peter Burke- en la constitución de un "giro antropológico", la revalorización de la dimensión política de la historia y de la narración como soporte esencial de su construcción epistemológica[5].

El ascendiente de los grandes centros mundiales de la producción teórica historiográfica en Chile ha llegado algo tardíamente y a menudo muy mediatizado por el contexto histórico nacional. Tal vez por esa razón el eco de la Escuela de los Anales fue insignificante antes de la década de 1950 y la historia social siguió un curso espontáneo empujado por eclécticas influencias. Curiosamente, este "atraso" impidió que la historiografía chilena sobre los sectores populares siguiera la criticable tendencia a evacuar la política de su campo de observaciones.

El estudio de los movimientos populares en Chile cobró fuerza a partir de los trabajos realizados durante las décadas de 1950, 1960 e inicios de la de 1970 por los historiadores "marxistas clásicos" Julio César Jobet, Marcelo Segall, Hernán Ramírez Necochea, Jorge Barría Serón, Fernando Ortiz Letelier, Luis Vitale y Enrique Reyes[6]. A pesar de sus diferencias y disputas, estos historiadores tuvieron como común denominador su reconocimiento explícito de la teoría marxista como marco teórico y fuente inspiradora de su quehacer intelectual, además de un compromiso militante con el proceso de cambios sociales propiciado por distintas vertientes de la izquierda chilena.

Todos ellos otorgaron un lugar central al proletariado minero e industrial, de acuerdo al postulado de Marx que veía en este sujeto social la única clase verdaderamente revolucionaria de la sociedad capitalista. Tal vez quien expresó con mayor fuerza (y rigidez) este planteamiento fue Hernán Ramírez Necochea, al sostener que "el proletariado es en Chile -lo mismo que en todo el mundo- la clase a la que pertenece el porvenir" [7]. En consecuencia, el centro de atención de su Historia del movimiento obrero en Chile estuvo puesto en las condiciones estructurales (económicas) que posibilitaron el nacimiento y desarrollo del proletariado y en los factores esencialmente ideológicos- que contribuyeron a la formación de su conciencia de clase. Poco antes que Ramírez, Julio César Jobet en Recabarren. Los orígenes del movimiento obrero y del socialismo chileno, se abocó a demostrar la progresiva maduración de la conciencia de los trabajadores hasta llegar a la "fórmula revolucionaria" -la conjunción entre el sindicato y el partido- para alcanzar su propia emancipación[8]. Marcelo Segall otorgó mayor importancia a otros actores sociales populares. Si bien en su libro Desarrollo del capitalismo en Chile. Cinco ensayos dialécticos, referido al período 1848-1900, la mirada estuvo puesta principalmente en el artesanado y en el naciente proletariado[9], en un trabajo posterior sobre "Las luchas de clases en las primeras décadas de la República de Chile, 1810-1846" amplió sus observaciones hacia otros actores populares y otras formas de descontento y protesta social como el robo de minerales y el bandolerismo, dando siempre gran importancia a las luchas políticas[10]. La generación siguiente de historiadores "marxistas clásicos" (Barría, Ortiz, Vitale y Reyes) continuó la senda trazada por sus predecesores de la década del 50. Con variantes de menor importancia, todos se concentraron en el proletariado (maduro o en vías de maduración) en una vía evolutiva desde las mutuales a los sindicatos y desde los gérmenes de conciencia social a la conciencia de clase. Aunque Barría, por ejemplo, declaró explícitamente que su objeto de estudio era la "clase trabajadora organizada" (lo que incluía a los campesinos y a los empleados), su obra historiográfica estuvo condicionada por la misma idea rectora que sus predecesores, esto es, que "la clase obrera es la que experimenta con mayor intensidad la explotación de la sociedad capitalista y que representa por eso, objetivamente, el núcleo central del movimiento de los trabajadores" [11].

Como se ha sostenido más arriba, estos historiadores siempre consideraron la dimensión política de los movimientos sociales, preocupándose muy especialmente por mostrar lo que en su concepto había sido el proceso de formación de una conciencia de clase que pasaba, según un proceso evolutivo más o menos lineal, desde las expresiones primarias de descontento social, a las mutuales, los sindicatos y los partidos políticos de la clase trabajadora. En ese marco, las luchas políticas tuvieron un lugar importante en las obras de Segall, Jobet, Ramírez, Vitale y otros representantes de esta corriente. Estos autores han sido objeto de muchas críticas, entre ellas: el carácter eminentemente ensayístico de varias de sus obras (Jobet, Segall y Ramírez); la poca profundidad de sus investigaciones; carencias metodológicas como la ausencia de referencias a las fuentes de las cuales tomaron sus informaciones (especialmente Segall); sus aprioris ideológicos que actuaban como camisas de fuerza haciendo entrar, de grado o de fuerza, las evidencias históricas en esquemas previamente establecidos (particularmente Ramírez); la substitución del análisis concreto de las situaciones concretas por juicios políticos (sobre todo Segall, Ramírez y Vitale), su visión teleológica y lineal de la historia (especialmente Ramírez Necochea y Barría), etc.[12]. No obstante la justeza de estas críticas, es innegable que para ellos...

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