Pensar, dibujar, matar la ciudad: orden, planificación y competitividad en el urbanismo moderno **. - Vol. 31 Núm. 94, Diciembre 2005 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 56731835

Pensar, dibujar, matar la ciudad: orden, planificación y competitividad en el urbanismo moderno **.

AutorGreene, Ricardo

Resumen

Este artículo ofrece una mirada crítica sobre la planificación urbana contemporánea. Para ello se traza un recorrido que arranca con el proceso de surgimiento y ca/da del paradigma racional-normativo, sigue con el nacimiento de la planificación estratégica, continúa con la discusión de los alcances urbanos del ethos competitivo, del city-marketing y de la cosmética urbana, y termina con un análisis de los rankings internacionales bajo el paradigma de la ciudad informacional. Utilizando esos elementos, el artículo cierra con un análisis del Santiago actual.

Palabras clave: planificación racional, competitividad, marketing urbano, Santiago de Chile.

Abstract

This paper offers a critical view on contemporary urban planning. With this aim, an itinerary starting with the process of rise and fall of rational-normative paradigm is traced, continuing with the birth of strategic planning, the discussion of urban reaches of competitive ethos, city marketing and urban cosmetic, finishing with an analysis of international rankings under the informational city paradigm. Using these elements, the paper ends with an analysis of current Santiago.

Keywords: Rational planning, competitiveness, urban marketing, Santiago de Chile.

  1. Planificación racional-normativa: auge y caída de un modelo

    Desde hace siglos que Occidente viene comulgando con la idea dc que existe un orden racional detrás de las cosas. El universo posee un sentido, y tal como lo afirmaron Platón o Leibniz, su orden guarda incluso una virtud (1). Ahora bien, es recién con la metodología que propone Bacon y con el monumental trabajo que realiza Newton que comienza a cobrarse conciencia de que esas leyes eternas, mecanicistas e inmutables podían ser conocidas: la ciencia moderna nace produciendo una fascinación tan magnética que, al menos en el imaginario popular, el siglo XVIII contempla una fe absoluta en que se lograría desterrar del mundo todo rastro de misterio. Cada fenómeno tenía su sentido y su lugar, y las excepciones que escapaban a la comprensión humana eran sólo nudos que no tardarían en ser desatados. El universo se había vuelto un lugar tan legible que Laplace llegó a plantear que, conociendo en un instante la posición y velocidad de todas las partículas, podríamos predecir el estado del universo en cualquier instante del tiempo, sea pasado, presente o futuro.

    Un poco más tarde llegó Darwin, y con él un paradigma evolucionista que --si bien siguió el rumbo de la racionalidad-- introdujo una novedad que marcó el punto de partida para buena parte de los procesos sociales del siglo XX: la comprensión del universo como un ente dinámico. Precisamente, es con el trabajo del naturalista inglés que comienza a descabezarse la inmutabilidad del mundo. La punta-de-lanza de su ataque fue la tesis de que las especies sobreviven en tanto son capaces de adaptarse a los cambios de su entorno. Ante esto, conceptos como estabilidad, permanencia o eternidad quedaron sobrepasados frente a las nuevas promesas que traían la evolución, el progreso y el desarrollo, todas ellas nociones que anteponían lo temporal, el cambio y la transformación, a lo inmanente e inmutable. Lo rescatable de las propuestas de Darwin, para dar comienzo a este artículo, dice referencia con que el universo deja de ser entendido como un ente estático pero sigue manteniéndose rígido a leyes, lo que permite el nacimiento de un nuevo concepto, la planificación. Con él, la prometedora pero paralizante capacidad de leer el mundo se transforma en la expectante promesa de cambiar el mundo: los procesos no sólo podían ser radiografiados, sino también conducidos. Esta idea causó tal revuelo en su época que llevó a teóricos como Marx a plantearse el desafío de distinguir, en la historia, las leyes que determinan el devenir de las sociedades. La misma idea estructura La fundación, la obra más famosa del divulgador científico y escritor de ciencia-ficción Isaac Asimov, en la cual la psicohistoria (2) --una rama de las matemáticas que trata sobre las reacciones de conglomerados humanos ante determinados estímulos sociales- es capaz de predecir con exactitud el estado de la civilización diez mil años en el futuro, idea que aparece intermitentemente también en los escritos de "las tres B" de la ciencia ficción contemporánea: Benford, Bear y Brin. En la literatura de la época pueden encontrarse otros ejemplos de lo mismo, sea en el Frankestein de Shelley, en La isla del Dr. Moreau de Wells o en El Gólem de Meyrink.

    Esta primera planificación fue una manera de entender el mundo que se caracterizó principalmente por su normatividad, ya que en tanto se quiere conducir un proceso se está seleccionando, en términos de su bondad, un escenario por sobre otros (3). También destaca su racionalidad, ya que independiente de si el enfoque fuera comunista, capitalista o nacionalsocialista, los metadiscursos que intentaron planificar la sociedad durante el siglo XX se distinguieron por situar al hombre como punto de partida, depositando una incuestionable confianza en el animal racional.

    En este contexto, las ciudades eran un lunar de óxido en el rostro cromado de la modernidad. En una mentalidad que quería construirse enteramente desde sí misma, políticamente reelaborando sus estructuras y procedimientos, económicamente transformando sus formas de producción y culturalmente inaugurando un modo-de-vida propiamente urbano (Wirth, 2005; Simmel, 2005), las ciudades parecían ser lo único que no se adecuaba a este ritmo galopante de cambios y promesas. Asediadas por viejos y nuevos males, caóticas y desordenadas, sucias, malolientes y dueñas de una trama confusa más propia de tiempos bárbaros, las ciudades debían ser reformadas de manera urgente. El urbanismo nace en esta época precisamente con ese objetivo: encontrar, detrás de la maraña de caos (4), un orden. El fundador de New Harmony, el socialista utópico Owen (1993), señalaba por esa época que "los grandes inventos modernos y el progreso continuo de las ciencias y de las artes técnicas y mecánicas [...] están destinados, tras haber causado bastantes sufrimientos, a destruir la pobreza, la inmoralidad y la miseria", mientras que Considerant (1979), discípulo y continuador de la obra de Fourier, comulga con esta visión al señalar que "se acabó la confusión de todas las cosas; la odiosa mezcla de la ciudad y de la aldea civilizada; [...] la yuxtaposición monstruosa y desordenada de los habitáculos del hombre y de los animales, de las fábricas, de las cuadras, de los establos [...] El verbo de la creación ha resonado sobre el Caos, y se ha hecho el Orden". Queda expuesto un urbanismo caracterizado por la firme creencia de que "el racionalismo, la ciencia y la técnica permitirán resolver todos los problemas relacionados a los hombres con el mundo y a los hombres entre sí" (Choay, 1976: 21).

    Emblemática dentro de esta corriente fue la renovación integral del París decimonónico impulsada por Napoleón III y articulada por el Barón de Haussman. Esta buscó iluminar, bajo el foco del orden y siguiendo los preceptos de la fisiología higienista, un París de calles estrechas, contaminadas y azotadas por las revueltas revolucionarias de 1830 y 1848 (Sennett, 1994; Grimberg, 1985)5. El éxito de este último plan fue tal que sus postulados se replicaron pandémicamente por distintos puntos del orbe. Entre los muchos ejemplos que llaman la atención destacan el Plan de Barcelona, diseñado e implementado parcialmente por Idelfonso Cerdá, y la transformación de Viena a través de su RingStrasse (6).

    En Chile, las ideas de Haussman se plasmaron en un plan de renovación urbana que el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, en una escala menor que las anteriores y guiado por una luz más elitista, impulsó en Santiago. Su objetivo fue regenerar las conductas y los hábitos de los ciudadanos, exiliando los vicios que se alojaban en los arrabales, esa "inmensa cloaca de infección y de vicio, de crimen y de peste, un verdadero potrero de la muerte>> (Vicuña Mackenna, 1872). Para ello echó mano al orden, la belleza y la cultura, las que sembrarían la civilización dentro de la convivencia espacial y social de sus habitantes. La importancia radical que estos valores positivistas habían adquirido en el subcontinente puede leerse con claridad en los lemas nacionales que se inscribieron en varios escudos y banderas de los nacientes Estados latinoamericanos: en Brasil, por ejemplo, un "Orden y progreso" pretendía unir bajo la misma bandera un territorio gigante y dividido en razas, credos, lenguas y etnias; en Colombia, la "Libertad y orden" llamaba a construir un ciudadano nuevo y emancipado, pero también racional y moderno, mientras que en Chile, el lema "Por la razón o la fuerza" era más duro en su premisa pero igualmente certero al trazar un camino de desarrollo que debía seguirse como si estuviera escrito a fuego. Esto da cuenta también, tal como nos recuerda Rama (2004), que la palabra escrita ha sido desde siempre una de las principales herramientas de planificación urbana en Latinoamérica, y que por lo mismo, en emblemas, decretos, afiches, graffitis y banderas, se pueden rastrear con cierta facilidad las utopías urbanas de cada época.

    A esta manera de entender la gestión urbana se le llamó planificación racional, una forma centralizada de dar forma a la ciudad y de conducir los procesos que en ella se iban sucediendo. Desde sus oficinas ministeriales, en las mesas de dibujo de los gobiernos locales, con el énfasis siempre puesto en el lápiz y la mirada siempre fija en la hoja en blanco, los arquitectos y protourbanistas se dedicaron a jugar con las ciudades como si pudieran armarlas y desarmarlas a su antojo. Lo que estaba construido carecía de importancia ya que lo relevante --lo glorioso-- era que la imaginación corriera por los senderos de la razón, de la mano de la técnica, hacia la cumbre del progreso y del desarrollo (7). Las tradiciones y costumbres, los recorridos y los ritos...

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