Modelos hermeneuticos. - Núm. 31, Junio 2004 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 56656742

Modelos hermeneuticos.

AutorRiffaterre, Michael
CargoTextos

[1]

Una de las preguntas más arduas de la crítica, o de la teoría de la literatura, es: ¿Por qué, a pesar de la diversidad de culturas, los tiempos que cambian, las ideologías envolventes -- por qué los lectores concuerdan tan a menudo en la interpretación de una obra de arte literaria? Mi explicación tentativa es que cada texto literario contiene ciertos componentes subliminales que guían al lector hacia una interpretación singular y estable de ese texto. [2] Estos componentes le permiten encontrar, bajo un escrutinio dentro de sus propios archivos mentales, dentro de las pilas de mitos y estereotipos que configuran su competencia lingüística, homólogos del texto. Estos homólogos son secuencias verbales, descriptivas o narrativas o ambas, fragmentos de representación que existen potencialmente dentro del sociolecto o de forma actual dentro del intertexto. Ellos descifran completamente lo que el texto dice sólo de forma incompleta; o dicen de un modo claro lo que el texto dice oscuramente; o proveen el contexto dentro del cual el texto puede adquirir sentido. Por lo tanto, el sociolecto o el intertexto ofrecen un marco de pensamiento (frame of thgought) o un sistema de significación que dice al lector cómo o dónde buscar una solución, o desde qué ángulo el texto puede ser visto como descifrable. A este marco, o sistema, o ángulo de visión, lo llamo modelo hermenéutico.

No estoy sugiriendo que un modelo tal está involucrado cada vez que interpretamos un texto, sino, más bien, que un modelo es requerido cada vez que nos volvemos conscientes de nuestra propia actividad interpretativa, en cualquier instante en que un texto nos parece oscuro, o ambiguo, y a veces, incluso, cuando nuestro problema es, simplemente, que llegamos a una interpretación recta sin poder dar cuenta de lo que justifica o motiva el giro particular de una frase o imagen, o la selección de este o aquel episodio fictivo. Para ponerlo de otro modo, parece existir una correlación entre un deseo patente por la interpretación y el descubrimiento o recuperación del modelo para ella. De hecho, el modelo está hecho de las presuposiciones de la palabra, frase, proposición o texto que se resiste a ser descifrado, o cuya razón de ser es difícil de juzgar, o parece totalmente ausente. Es obvio, eso sí, que una presuposición es lo que tiene que ser verdad para que una proposición sea verdadera o falsa (véase Culler 1981, esp. 100-118; Riffaterre 1981 b).

De todas las vallas que el interprete podría tener que despejar, la ambigüedad es la más frustrante, y es también la que con más frecuencia es racionalizada como un ingrediente de la literaturidad. Esto no es sorprendente, ya que tal racionalización calza con una escala de valores estéticos preconcebidos, que puede resumirse en la frase: entre más mejor. Entre más significados contenga una forma, más alto califica; el discurso es artístico si elimina la menor cantidad de significados competentes que serían excluidos por los constreñimientos de la realidad en la comunicación pragmática.

Si el lector se encuentra incapaz de elegir entre significados mutuamente excluyentes dentro del mismo signo, puede suceder que el contexto esté construido de tal modo que no le permita resolver el problema -- nunca. En tal caso la ambigüedad es el significador, y el texto es literario, meramente, porque cancela la comunicación y ofrece al lenguaje como un objeto, no como un medio para otra cosa. Un asunto de interpretación suspendida. Pero también puede ser que la ambigüedad resulte de un modo de lectura irrelevante, de una lectura lineal. En tal caso, la interpretación puede conseguirse, aunque fugazmente, cuando el lector es forzado a leer de un ángulo distinto, a abandonar su lectura lineal. Un modelo lo fuerza -- un modelo siléptico. [3]

Así sucede, creo, con una víctima favorita de las glosas, un pasaje de los versos de Rimbaud titulados "Mémoire" (1972:87) [4] . Es un Domingo por la tarde, la familia está en una paseo de campo: la madre está de pie, rígida, con su quitasol, demasiado tensa para sentarse sobre la hierba y arriesgarse a manchar su vestido. Los niños están sentados, pero bajo control, leyendo un libro. La planicie contiene, además del grupo familiar, un detalle descriptivo cuya misma lectura en voz alta demanda una elección indecidible (indeterminada):

la prairie prochaine oø neigent les fils du travail (la pradera cercana donde los hijos del trabajo [o quizás: los hilos del trabajo] se convierten en nieve -- literalmente: nievan) [5]

Es suficientemente malo que no podamos aprehender rápidamente o visualizar la imagen de la nieve. Peor aún, que no podamos ni siquiera decir si la palabra deletreada f-i-l-s se supone que sea pronunciada como [fis] "los hijos" -- o como [fil] "los hilos" El deletreo calza con dos palabras pronunciadas diferente pero indistinguibles para el ojo. Fils, "hijos" es la elección más tentadora, ya que reconocemos en hijos del trabajo un cliché suficientemente familiar, que usó la literatura burguesa de la Revolución Industrial para referirse al proletariado. [6] ¿,Pero qué están haciendo estos hijos del trabajo en la pradera? Y si estás dispuesto a conceder que incluso los oprimidos pueden entregarse ocasionalmente a un Domingo sobre la hierba, ¿,porqué habrían de volverse blancos mientras están en eso? La lectura de fil, "hilo", podría hacerse cargo del efecto de la nieve, pero "hilos del trabajo", tampoco hace mucho sentido. Un comentador elige el hilo y lo pronuncia como un producto del trabajo: en los campos vecinos (ya no hay más pradera) segadores o trigadores están lanzando al aire filamentos como hilos. Estos van arriba, suben...

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