El lugar de la poesia en el poeta, el academico y el lector: un secreto a voces. - Núm. 46, Marzo 2008 - Cyber Humanitatis - Libros y Revistas - VLEX 68429538

El lugar de la poesia en el poeta, el academico y el lector: un secreto a voces.

AutorMorales, Andr

Señor Director de la Academia Chilena de la Lengua, Don Alfredo Matus Olivier; Señor Vicepresidente de la Academia, don Gilberto Sánchez; Señor Secretario de la Academia don José Luis Samaniego; Señor Censor de la Academia, don Juan Antonio Massone; Señores Académicos; Señor Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, don Jorge Hidalgo Lehuedé; Señora Embajadora de la República de Croacia doña Vesna Terzic; Señor Encargado de Negocias de la República de Polonia, don Maciej Zietara; Señoras y Señores; estimados poetas, colegas y estudiantes; amigos todos:

Pero, ¿qué voy a decir yo de la Poesía? ¿Qué voy a decir de esas nubes, de ese cielo? Mirar, mirar, mirarlas, mirarle, y nada más. Comprenderás que un poeta no puede decir nada de la Poesía. Eso déjaselo a los críticos y profesores. Pero ni tú ni yo ni ningún poeta sabemos lo que es la Poesía.

Federico García Lorca, Poética

A Dunja Morales Milohnic, in memoriam

La poesía tiene secretos que solo unos cuantos "elegidos" parecieran poder descifrar. No es que ésta sea ni deba ser "para unos pocos", como algunos aseveran, pero, de ninguna manera --y más en estos tiempos- no es para mayorías, ni menos multitudes. Como ha dicho Juan Ramón Jiménez, la poesía está abierta a esa inmensa minoría que realmente es capaz de abrir los ojos, la mente y el corazón a esa honda cavilación de las emociones y del pensamiento. Todo esto puede aparecer muy obvio, muy dicho y hasta repetido, pero a la luz de las carencias que manifiestan muchos lectores ante el género, incluso argumentando "no entender nada de la poesía", hoy es un deber urgente para el poeta, para el académico, para el crítico, e, incluso para el generoso buen lector (sobre todo en Chile, en este tan mentado "país de poetas"), desentrañarla y desprejuiciarla de una vez por todas y hacer crecer a esa inmensa minoría. Abrir las puertas, las ventanas, los sótanos y las buhardillas de "la casa de la poesía", con sus jardines y terrazas, con sus ruinas y ampliaciones, con sus techos antiguos y aquellos temerarios pisos vanguardistas que escalan el cielo inquiriendo respuestas o desafiando a los dioses. Es hora que nos preocupemos, que tomemos conciencia. El poeta ha de tener siempre, fuera de sus búsquedas estéticas, una posición ética y crítica ante el mundo que le ha tocado vivir: basta ya de concesiones, de silencios y de renuncias. Como he dicho, la casa de la poesía ha de ser abierta a todos aquellos que quieran visitarla, habitarla, incluso hasta robarle alguno de sus objetos, aunque sea sólo con la memoria. Los niños y los jóvenes son los primeros que deben entrar: es misión nuestra, no obligarlos, sino "encantarlos" para que jueguen, y canten, y bailen y se pierdan en los laberintos de esta mansión extraordinaria. Es hora, también, que revisemos cómo se enseña, o mejor, quiero decir, cómo se seduce, en el mejor sentido de la palabra, a estos nuevos lectores en sus hogares, en sus escuelas y en sus realidades más particulares. Tal vez, es necesario mostrarles cómo ya habitan poéticamente el mundo, o cómo ya viven la poesía (sin siquiera saberlo o intuirlo), mucho más que cómo la "entienden": concepto, a mi juicio, absolutamente inútil cuándo alguien se adentra por primera vez en este género. Mi relación más temprana con la poesía empezó desde muy niño. Mi admiración por la naturaleza, fundamentalmente por el mar -que nunca ha dejado de romper en mis oídos- en las vacaciones en los pueblos costeros de Isla Negra o de El Tabo, o en el patio de mi casa de Santiago, a la sombra de un árbol inmenso que plantó mi madre: Todos estos espacios theron quizás, entre el asombro y el descubrimiento, el primer lenguaje de la poesía que conocí y amé. Poco a poco llegaron los libros, en la escuela fiscal primaria donde tuve el honor de ser formado por profesoras normalistas que nos leían poemas, que nos enseñaron...

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